Profesor de la Universidad
Intercultural de Chiapas (UNICH)
verdi1999@hotmail.com
Palabras claves: Análisis
discursivo, desarrollo sustentable, ambientalismo, poder y sistema capitalista
Abstract
This work has a twofold
purpose: to analyze the invention of Sustainable Development and its trajectory
as the dominant discourse in Latin America and the Caribbean, on the one hand,
and secondly, to fix the forms of discourse that shapes the capitalist system
in the development discourse and environmental positions, and describe how they
operate in the production of subjects and practices. Therefore, the text is an
analytical discursive mechanisms and devices that provide assurance and
perfectibility to what I call the ideological form of capitalism in the
discourse of sustainability and environmental.
Keywords: discourse analysis,
sustainable development, environmentalism, power and the capitalist system.
Introducción
- Ambientalismo y sustentabilidad: trama de
posiciones discursivas
Cuando nos referimos sobre el medio
ambiente es muy común entender a la naturaleza como externalidad del ser
humano y olvidamos reconocer que la sociedad humana no sólo forma parte de ella,
sino que la expresa en su sentido más íntimo, lo que denominaría ontológico.
Sin embargo, aquella idea generalizada tiene sus orígenes en los trazos del pensamiento
moderno. Encontramos, por ejemplo, que Georges Louis Leclerc, conde de Buffon explicaba
que
El calor del clima es la causa
principal del color negro: cuando el calor es excesivo, como sucede en Senegal
y en Guinea, los hombres son enteramente negros: donde ya empieza a ser un poco
más templado, como en Berbería, en el Mogol, en Arabia, los hombres no son sino
morenos; finalmente, donde el calor es muy templado, como en Europa los hombres
son blancos, y únicamente se advierten en ellos algunas variedades que sólo
dependen del modo de vida" (Citado por Urteaga, Luis. 1993: 1-2; Buffon,
1749)
Asimismo,
uno de los máximos exponentes del pensamiento de la ilustración, el filósofo francés
Montesquieu argumentaba que “las
necesidades en los diferentes climas han dado origen a los distintos modos de
vida, y éstos, a su vez, han dado origen a los diversos tipos de leyes” (Montesquieu,
1985). Si algo caracteriza a la especie
humana del resto de los seres vivos es que su relación con la naturaleza
externa y entre los propios seres humanos se ha ido modificando a lo largo del
tiempo. Particularmente la revolución industrial y el régimen capitalista[1]
de producción inauguran un cambio radical en esa relación con la naturaleza
externa, mediante dos procesos simultáneos. Primero, concentra a los
trabajadores industriales en enormes ciudades. La gran mayoría de los recursos
naturales apropiados en diversas regiones del mundo terminan su ciclo de vida,
mayoritariamente, en las áreas urbanas, agrupa los desperdicios y quita a los
ecosistemas los nutrientes que garantizan su reproducción. En las áreas urbanas
la concentración de los desperdicios hace imposible que los ecosistemas los
digieran y los reciclen, provocando contaminación. Segundo, guía la producción
hacia el incremento de la ganancia; un objetivo sin límite que obliga a
producir siempre más y, consecuentemente, a apropiarse de más y más recursos
naturales en una carrera sin fin. El resultado de ambos procesos es la ruptura
entre sociedad humana y naturaleza externa. Sin embargo, desde los años 60 del
siglo XX la sociedad humana ha percibido que los niveles de depredación y
contaminación ponían en riesgo la reproducción de muchos ecosistemas, causaban
efectos perjudiciales a la propia sociedad humana y podían, eventualmente,
arriesgar la reproducción económica capitalista. Lejos, no obstante, se trataba
de relacionar la forma capitalista de producción con las consecuencias en la
ruptura del metabolismo con la naturaleza externa. Surgieron diversas
interpretaciones de la crisis ambiental que respondían a intereses económicos
de determinadas clases y sectores sociales, como a posturas éticas y visiones
del mundo. Lo único común a estas interpretaciones era que el desarrollo humano
debía prestar más atención a los efectos sobre la naturaleza externa. Surgió
así el concepto de desarrollo sustentable (World Comission for
Environment and Development [WCED], 1987).
Por otra parte, hallamos ideas persistentes en el pensamiento del
“norte y del sur” que ven al hombre como reflejo del ambiente en el que vive.
De tal manera que el lenguaje semiótico de la diversidad física de los hombres
y mujeres vendría a expresar la cualidad adaptativa del ser humano a los
diferentes climas de habitabilidad; mientras que la multiplicidad geográfica de
la Tierra sería la posición clave para comprender la actual diversidad de los
pueblos en cuanto a los diferentes modos de vida, costumbres, leyes y
creencias. (Urteaga, 1993). Ante este determinismo del medio ambiente o del
clima, no hay manera alguna de contender. Se cierra la discusión y se abre la
figura de la jerarquización del dominante y el dominado “naturalmente”. Unos
son los que obtendrán los beneficios de ese sorteo que la “sabia naturaleza” ha
preservado; mientras otros, sencillamente padecerán el “destino natural” prolongado.
Otra postura de pensamiento se cierne: el conocimiento como la realidad social
obedece a procesos de construcción humana. De tal manera que el medio ambiente -la
naturaleza- en el que el hombre es y se hace, tiene un carácter social, pues el
hombre no puede ser entendido sin aquella, pues lo explica, lo traza, lo
constituye, lo significa; asimismo, aquella no puede ser entendida de otro
modo, sin el hombre, pues éste es su signo, es la visibilidad de la comprensión
análoga: somos el diálogo abierto, naturaleza-hombre. Lo extraño de este
relato, es que las ciencias –como formas de conocimiento- han atascado las
rutas de comprensibilidad en este horizonte; mientras los saberes de los
pueblos tradicionales –los otros- están abriendo la lejanía de la modernidad.
Ahora bien, ante la problemática que ha abierto el discurso
ambientalista recientemente sobre la actual crisis del medio ambiente y sobre las
alternativas de solución que se han presentado en el escenario mundial, se
reconoce que el discurso ambiental hoy
en día aparece como un actor político en la complejidad del siglo XX. Asimismo,
somos testigos de una amplia bibliografía sobre la problemática ambiental. Se
exponen las más variadas y diversas posiciones ideológicas, políticas y teorías
científicas en el terreno de las propuestas y alternativas de solución a la
crisis. Un abanico de interpretaciones desfila en el “campo” ambiental. Cruzan
y se entrecruzan disciplinas. Se autodenominan perspectivas y enfoques inter,
multi, y transdisciplinarios, de tal manera que llegar a tener un panorama
claro, diáfano y transparente sobre las miradas teóricas que pretenden
simplificar y sistematizar este estado de cosas, es complejo. Y este es el otro
riesgo que correré aquí con el afán de obtener un matiz orientador.
1.1 Acercamiento al
entramado del ambientalismo
Por ejemplo, Pearce y Turner (1995) observan que desde los años 70’
da inicio el discurso ambientalista sobre los problemas de los recursos naturales
y el medio ambiente. Según los autores, se puede descubrir cuatro posiciones
teóricas. Una primera corriente teórica se centra en la explicación de la
eficiencia económica cuyo principal instrumento de análisis es costo-beneficio.
Esta concepción se fundamenta en el utilitarismo y en los derechos de
propiedad; permite al mercado regular la explotación de los recursos. El
optimismo tecnológico y las posibilidades de sustitución, en función de los
precios, dejan el campo libre a la explotación de los recursos naturales y del
ambiente. Como sugiere Alfonso Corona, en esta concepción está ausente toda
consideración, tanto intrageneracional (con referencia a la distribución) como
intergeneracional, es decir, la economía ambiental[2]
(Corona, 2000). Por su parte la corriente, denominada preservacionista,
centra su posición en la conservación integral de la biosfera: ningún aspecto
constitutivo de la biosfera debe ser tocado por las actividades del hombre,
salvo en caso de urgencia. El hombre no posee ningún derecho sobre los
recursos naturales. Por el contrario, los elementos no humanos poseen derechos
que el hombre debe respetar. Las consideraciones éticas se extienden así a la
naturaleza entera y valen para siempre. Este enfoque corresponde principalmente
a la corriente llamada ecología
profunda. Una tercera posición llamada conservacionista ve en
los recursos y en los problemas del ambiente una restricción tal para el
crecimiento económico. Por consiguiente sugiere que éste deberá detenerse de
buen grado o por la fuerza. Estos son los partidarios del crecimiento cero o
del estado estacionario. Se trata de un punto de vista antropocéntrico y
distinto, por consecuencia, a la primera posición teórica. Igualmente se diferencia
del segundo enfoque por su preocupación por mantener una base de recursos
naturales. Las consideraciones éticas intergeneracionales dominan netamente a
las preocupaciones intra-generacionales y conducen a sacrificar el crecimiento
presente en aras del beneficio de las generaciones futuras. Finalmente, los
desarrollistas sustentabilistas ven en los recursos y en los problemas del
medio ambiente una severa restricción al crecimiento económico, pero al mismo
tiempo estima que es posible un compromiso, con el auxilio de una definición
adecuada de las restricciones que deberán respetarse y de un uso hábil de los
instrumentos económicos de estímulo. Aquí se encuentran los más fervientes
partidarios del desarrollo sustentable. Las consideraciones éticas
intrageneracionales e intergeneracionales se toman en cuenta de manera
equilibrada. Propugnan no sacrificar el desarrollo actual sino cambiar sus
características para permitir un desarrollo durable (Corona, 2000:78). Pero
para algunos como Quintero Soto (2008), estas posiciones respecto del ambiente
y los recursos naturales podrían sintetizarse en las dos primera concepciones
en reduccionistas y unilaterales;
mientras que las dos últimas se derivan en grado diverso de posiciones de compromisos entre economía, por una parte,
y de ambiente y recursos naturales, por la otra.
1.2 En la trama: economía
ecológica
En esta discusión de compromisos teóricos que tienden hacia la
economía o al ambiente, podemos encontrar posiciones que indican que se
requiere un cambio en el concepto mismo de los recursos, en su uso,
aprovechamiento y el manejo que ha tenido la naturaleza, es decir, estamos
hablando de la economía ecológica[3],
en donde sobresalen autores como Costanza, Daly, Martínez Alier. Tratan de
resolver no sólo los problemas ambientales, sino específicamente los
económicos. Consideran que el crecimiento económico basado en modelos
mercantilistas agrava el uso, manejo y aprovechamiento de los recursos
naturales y ocasiona pérdidas cuantiosas ocultas en prácticas comerciales
sustentadas en el engaño y en la dependencia hacia el consumo, que acaban tanto
con la solidaridad como convivencia humana. La economía ecológica busca reducir
los conflictos que se dan entre el comportamiento económico y la lógica de la
recuperación de las condiciones naturales, es decir pretende coincidencias que
signifiquen beneficios compartidos por ambos aspectos, lo cual implica empatar
los tiempos de recuperación que son necesarios para que la vida natural y
humana puedan continuar con su intercambio de materias, sin poner en riesgo a
alguna de las partes señaladas. Sin embargo, tampoco es economía ambiental.
Dispone de los medios para aumentar la producción natural en forma tal, que
permita y ayude a una adecuada recuperación social, a veces con una economía
gigantesca de medios, sobre todo de trabajo, pero en ocasiones exigiendo un
descomunal trabajo, que en este caso, es necesario realizar como medida que
pueda aplicarse para la regeneración y mejoramiento de los ecosistemas. Uno de
los supuestos de la economía ecológica resulta de una crítica a la economía
ambiental, en tanto no cambie la base, sentido y formas importantes que no
dejan de ser puramente secundarias. En este aspecto, podemos decir que la
llamada economía ambiental, se limita a expresar la incompatibilidad que la
caracteriza en su relación con el tipo de manejo que se hace con la naturaleza
y con lo que implicaría un manejo apropiado de la misma. Por consiguiente, la
economía ecológica no debe entenderse como una prolongación que corrige los
defectos del sistema vigente, sino su radical transformación, atendiendo a una
modificación de su comportamiento esencial, condiciones y resultados del
proceso de generación de los bienes y servicios que reclama la comunidad y que
deben hacerse con la mayor eficiencia posible, dentro de los límites del
problema que heredaremos de las generaciones pasadas (Marx, 1975:10).
1.3 Del conservacionismo a
la ecología política feminista
En el caso de la corriente
conservacionista que definimos anteriormente, algunos autores como Zapata y
Halperin (1999) centran su ocupación en las condiciones ecológicas de la
agricultura, desde la perspectiva económica, la cual tiene que ver con los
aspectos productivos y la visibilidad de las mujeres vinculadas a la
degradación ambiental y la feminización de la pobreza. Esta concepción es
equívoca, en tanto que ellas son las más afectadas y no causantes de las
mismas. Otra de las contradicciones que se encuentran dentro de este ámbito del
conservacionismo es el considerar a las mujeres como causa y solución de una
problemática ambiental, al intentar integrarlas dentro de los procesos de
reforestación y preservación ambiental, lo que de pronto puede ser considerado
desde una visión moral como una forma de pagar lo malo que se ha hecho, sin
cuestionar los patrones estructurales sociales, culturales, económicos y
políticos desde lo individual, así como desde lo colectivo. En el ámbito
conservacionista encontramos los que quieren preservar los recursos dentro de
reservas de varias formas y eliminar o expulsar toda acción humana, y los que
promueven una conservación que incluye a los seres humanos, y a sus comunidades
inmersas y conectadas a los recursos naturales. Siguiendo este enfoque
conservacionista, como lo cita QUINTERO Soto
y otros (2008), podemos encontrar cinco perspectivas o escuelas de
pensamiento para elaborar un nuevo marco conceptual que llaman ecología
política feminista, que proponen las autoras Rocheleau, Thomas-Slayter y
Wangari:
Ecofeminista
Las
ecofeministas proponen una relación directa entre mujeres y la naturaleza
basada en una historia compartida de opresión por instituciones patriarcales e
una cultura dominante del oeste, junto con una identificación positiva de
mujeres con la naturaleza. Existen posiciones extremas donde se explica esta
conexión con atributos intrínsecos biológicos (una posición esencialista)
mientras que otras ven la relación mujer-naturaleza como una construcción
social que debe ser promovida.
Ambientalismo
feminista
El
ambientalismo feminista está presentado como una construcción social donde se
analiza y enfatiza los intereses diferenciados por género en recursos
específicos y procesos ecológicos, basado en la diferenciación de género en el
trabajo y responsabilidades diarias. La relación entre el trabajo y género es
muy estrecha en su definición y tiene aspectos similares a la posición de los
argumentos en el ámbito de desarrollo agrícola de Eficiencia para justificar
la incorporación de género.
Feminismo
socialista.
Las
feministas sociales Han enfocado su trabajo sobre la incorporación de género en
la economía política, usando los conceptos de producción y reproducción para
delinear los roles de mujeres y hombres en sistemas económicos. Ellos
identifican tanto a las mujeres como al medio ambiente con roles reproductivos
en economías de desarrollo desigual y levantan una crítica contra el
ecofeminismo biológico que representa a las mujeres sólo como madres.
Feminismo
pos-estructuralista
Las
feministas pos-estructuralistas explican las diferencias de género en las
experiencias del medio ambiente como una
manifestación de saberes distintos formados por múltiples dimensiones de
identidad y diferencias, incluyendo género, raza, clase, etnicidad, y edad,
entre otros. Esta perspectiva está informado por las criticas feministas de
desarrollo y ciencia. También, esta escuela busca la complejidad en vez de la
simplicidad (del ambientalismo feminista) para clarificar las relaciones entre
género, medio ambiente y desarrollo.
Ambientalista
Finalmente,
muchos ambientalistas han empezado a tratar de género dentro de una perspectiva de feminismo liberal para trabajar con
mujeres como participantes y colegas en programas de conservación. (QUINTERO
Soto, 2008:9)
En esta perspectiva ellas combinan las perspectivas de ecología cultural
feminista y de ecología política con la geografía feminista y la economía
política feminista. Para la ecología política feminista el género es un
variable crítica en la formación del acceso y control de recursos, e interactúa
con clase, raza, cultura y etnicidad para formular los procesos del cambio
ecológico, la lucha de mujeres y hombres para mantener una sobrevivencia
ecológicamente viable, y las posibilidades de cualquier comunidad de lograr un
desarrollo sostenible. Este nuevo marco conceptual trata de entender e
interpretar la experiencia local en un contexto de procesos globales de cambio
ambiental y económico.
Por otro lado, están aquellas perspectivas teóricas que centran la
discusión ambiental en la noción de desarrollo sustentable definida por la
Comisión Brundtland como “el
desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin
comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus
propias necesidades” Puedo decir lo siguiente. Si algunos teóricos
proponen dicho término como alternativa frente a la economía hegemónica del
capitalismo, en tanto sustentabilidad ecológica o ambiental, sustentabilidad
económica y sustentabilidad social, como lo propone específicamente Martínez, M
(1999); convengo particularmente que la primera condición necesaria para
asegurar un matiz orientador del desarrollo sustentable es establecer un
cuestionamiento sobre el propio término. Un sentido de esta crítica podría señalarse,
como lo hace Barkin,
Enfrentar los retos del desarrollo sostenible no consiste en sólo
cuestionar nuestros patrones y prioridades de vida: también es poner en tela de
juicio los valores básicos y el funcionamiento de los grupos más poderosos en
todo el mundo. Para esta tarea es preciso entender los problemas y plantear
soluciones... El desarrollo sostenible no es una meta, es un proceso que
tendrá que implicar a todos, un camino que tendremos que recorrer juntos para
que la humanidad tenga la opción de perdurar (Quintero Soto, 2008:10)
O, como diría Salinas (2007), que el
desarrollo sustentable se ha convertido más en un discurso que en un recurso,
una vía, un método de reconfigurar la sociedad y preservar la naturaleza y la
vida misma.
1.4 Hacia delimitación de
enfoques
Para Guillermo Foladori es posible agrupar
los diferentes enfoques del discurso ambientalista en tecnocentrista, ecocentrista
y humanista o clasista
(2005). Según el autor estas perspectivas permiten reconocer los modos
ético-políticos en el que enfrentan las teorías el problema del ambiente. La
primera y hegemónica –por ser defendida por los organismos internacionales, la
mayoría de los ministerios de medio ambiente y planificación de los países, las
cámaras de industria y comercio y las corporaciones multinacionales– la
denominada tecnocentrista. Para este autor, esta posición identifica la
causa de los problemas ambientales con tecnologías y procesos depredadores o contaminantes.
Dicha posición teórica considera que es posible cambiar hacia tecnologías
limpias y energías sustentables. Sin necesidad de expresarlo conscientemente,
asimismo defiende la producción capitalista, aunque abrigándola de “medidas
ambientales”. Si bien es cierto que cambiando determinadas tecnologías y
procesos es posible corregir problemas ambientales puntuales, esta posición no
modifica tendencias intrínsecas a las relaciones capitalistas que tienen que
ver con el consumo y formas de empobrecimiento. Esto es, no modifica la
tendencia a producir siempre más y a utilizar siempre más recursos naturales; no
modifica la tendencia al desperdicio productivo, derivado de que la oferta y
demanda nunca coinciden cuando se produce para el mercado; no modifica la
tendencia a generar productos químicamente más complejos o nuevos, con efectos
crecientemente impredecibles sobre los ecosistemas y la propia vida humana; no modifica
la tendencia a expoliar el suelo más allá de sus posibilidades de recuperación,
mientras rinda ganancia económica; no modifica la tendencia a la producción de
artículos suntuarios y bélicos; no modifica la tendencia a aumentar la
diferenciación social y la inequidad, desplazando millones de personas de unas
áreas geográficas a otras; no modifica la tendencia a apropiarse de riqueza por
la guerra, causando degradación ambiental de alcance temporal incierto. La segunda
posición que propone Foladori es la ecocentrista y representa a la
sociedad como consumidora. Todas las personas, más allá de su posición de
clase, son consumidoras de productos, usufructúan espacios naturales y se
relacionan de manera inmediata con el medio ambiente externo y sus productos.
Esta posición no tiene tanta confianza en la tecnología como solución a la
crisis ambiental y, de la misma forma que el consumidor tiene una relación
individual con el producto o la naturaleza con la cual se relaciona, considera
que es la actitud individual lo que debe cambiar para superar la crisis
ambiental. Esta posición adjudica la causa de los problemas ambientales a veces
a la tecnología, a veces a la actitud personal, a veces a la ideología; y
supone que la naturaleza por sí misma es sabia y se autorregula, y es la
sociedad humana la que rompe ese equilibrio intrínseco. Tiene confianza en el
convencimiento individual y en el cambio de actitudes como instrumentos para
transformar la sociedad. Ahora bien, es correcto que una mayor conciencia
ambiental facilita un cambio de actitud respecto de la naturaleza, sin embargo esta
posición no establece las relaciones causales que existen entre el sistema de
producción y los problemas ambientales. Es ingenua y voluntarista al
privilegiar la actitud de las personas individualmente por sobre las relaciones
económicas materiales que conducen al comportamiento depredador y contaminante.
Destaca la ciencia de la ecología como base para la educación y la concientización
ambiental, sin reparar en que la ecología no explica las contradicciones
sociales que son la base de la organización de la sociedad humana y de su
relación con la naturaleza externa. Al organizarse en torno al consumo muy
comúnmente se enfrenta a grupos que representan clases o sectores sociales,
como sindicatos o el mismo gobierno, con lo cual pierde la perspectiva de qué
clases sociales pueden garantizar un cambio radical en la organización de la
sociedad y con la naturaleza.
La
tercera posición que llama humanista o clasista, considera que el
comportamiento de la sociedad con la naturaleza externa depende del tipo de
relaciones que se establecen al interior de la propia sociedad humana. A
diferencia de las dos posiciones anteriores, que ven a la sociedad como un
organismo con intereses comunes que se relaciona con la naturaleza externa,
esta posición considera que no hay tales intereses comunes. Entiende que la
sociedad humana está dividida en grupos y clases sociales con intereses encontrados;
y que son esas contradicciones sociales las que explican el comportamiento con
la naturaleza. Así, adjudican responsabilidades diferentes a las distintas
clases y sectores de la sociedad capitalista. Quienes son dueños de los medios
de producción, por ejemplo, disponen la forma en que se produce, el tipo de
energía y los recursos que se utilizan; sobre ellos recae, por tanto, la mayor responsabilidad
de los problemas ambientales. Las clases trabajadoras no pueden ser
responsables ni de la tecnología depredadora y contaminante, ni del desperdicio
que la producción para el mercado reproduce permanentemente. Para esta posición
ni la tecnología ni el convencimiento personal son soluciones radicales a la
crisis ambiental. Reconociendo que la principal causa de la crisis ambiental
está en las relaciones sociales capitalistas. Esta posición confía en los
movimientos sociales y en los intereses de las clases trabajadoras para
presionar por un cambio en las relaciones sociales y, también, en las
relaciones con la naturaleza externa. Tanto las propuestas de acción sobre los
problemas ambientales, como las alianzas políticas, también se identifican con
las distintas corrientes, y explican, en algunos casos, las contradicciones que
surgen entre diferentes actores. El calentamiento global es un ejemplo
elocuente. Hasta mediados de los años 80, la opinión de que la atmósfera se
estuviese calentando no era hegemónica entre los científicos; y tampoco que las
consecuencias fuesen perjudiciales para la sociedad humana. En la segunda mitad
de los 80, la comunidad científica mayoritariamente concluye que se estaba
dando un acelerado proceso de calentamiento global, y que este tenía causas
técnicas, principalmente, por el consumo de combustible fósil. La posición de
los gobiernos y los organismos internacionales, aunque con diferencias,
consideraron la implementación de medidas, y la firma del protocolo de Kyoto
fue uno de los resultados. Tanto el protocolo de Kyoto, como otras propuestas
–podemos argumentar-, reflejan la posición tecnocentrista, que no
incidía ni alteraba la dinámica capitalista y proponía cambios técnicos a largo
plazo. Buena parte del movimiento ecologista se sumó a estas propuestas,
colocando en el centro de las reivindicaciones la disminución de los gases de
efecto invernadero. Esto último, porque el calentamiento global está basado en
evaluaciones y explicaciones científicas, y la corriente ecocentrista se
apoya en argumentos científicos. De esta forma los intereses de la clase
capitalista –con excepción de la ligada a la explotación y el consumo de
petróleo y derivados– representada en la mayoría de los gobiernos, logró el
apoyo de movimientos ecologistas. Pero, esta es una propuesta técnica de largo
plazo y resultados inciertos, en la cual el capital representado por los tecnocentristas
ha logrado aliarse con los ecocentristas.
Entre
tanto, es sabido que millones de personas continúan sufriendo las consecuencias
de los eventos naturales extremos, como huracanes e inundaciones, sean estos –mientras
los científicos de la naturaleza se ponen acuerdo- de consecuencia o no del
calentamiento global. Asimismo con toda certeza e insospechadamente es que
aquella gran mayoría de las personas afectadas son pobres y trabajadoras,
asentadas en zonas de riesgo más baratas, con falta de condiciones materiales
para enfrentar eventos extremos, y un notorio desinterés de los gobiernos por protegerlos
con programas eficientes. Políticas y recursos dirigidos a estos grupos
tendrían resultados inmediatos y previsibles, como una disminución de muertes,
reducción de epidemias, reducción de pérdidas de empleo y demás. Pero esta
alternativa significaría poner el acento no tanto en las relaciones de la
sociedad humana con la naturaleza externa y en sus soluciones técnicas, como
propone el tecnocentrismo que representa los intereses del capital –y ha
arrastrado junto con él a buena parte del ecocentrismo– sino en las
relaciones al interior de la sociedad humana, y cómo estas condicionan un determinado
comportamiento con la naturaleza externa, como lo proponen las corrientes
humanistas y clasistas.
Y ¿Latinoamérica? Su
posición
Así es que la presentación del ambientalismo como un movimiento de
países ricos, lejos de ser una temática desintegradora de la sociedad, mediante
la creciente participación de gobiernos, empresas multinacionales, gran
cantidad de ONG y grupos informales, lo ambiental se ha venido convirtiendo en
un terreno articulador de discursos de diferentes signos y posibilidades. Por
un lado, nos ha conducido a presentar que la problemática sea un terreno de
disputa práctica y simbólica al mismo tiempo. Mientras que, por otro lado, este
campo de disputas se ha convertido -mediante mecanismos y formas discursivas de
producción ideológica- en un problema “unificador” de intereses. Y en este
último punto se verifica el hecho de que la emergencia de elementos
contradictorios y críticos de las estructuras del capitalismo frecuentemente es
reincorporado como factor de reproducción del sistema. Así, es muy frecuente
enterarse por revistas de divulgación que empresas como Sandoz o DuPont,
famosas por envenenar vastas regiones del planeta, hoy están a la cabeza de la
producción de técnicas y productos descontaminantes. Por lo que uno de los
resultados de estas disputas ideológicas es la legitimación de este nuevo papel
que juegan los capitales industriales, quienes acceden a un vastísimo mercado
creado por los efectos indeseables de sus propios productos. Algunos lo hacen
enfrentados a algunas corrientes del ambientalismo, mientras que otros se alían
con ciertos planteos en tanto estas ideas posibiliten la ampliación de viejos
mercados o la creación de nuevos. Otro de los elementos nuevos que funciona
también como modalidad de reproducción del sistema capitalista es la hegemonía
discursiva que va logrando el concepto de desarrollo
sustentable, en tanto apunta a convertirse en una nueva ideología del
desarrollo, o más bien, en una variante ideológica de adornamiento barroco del
desarrollismo de los '50 (Ribeiro, 2004: 8). Es el concepto a
partir del cual se puede operativizar claramente la idea de expansión semiótica
del capital señalada por O'Connor:
[...] el modus operandi del
capital como sistema abstracto experimenta una mutación lógica. Lo que
anteriormente se consideraba un ámbito externo y explotable, ahora se redefine
como un stock de capital. En consecuencia, la dinámica primaria del capitalismo
cambia, pasando de la acumulación y el crecimiento alimentados en el exterior
de lo económico a ser una forma ostensible de autogestión y conservación del
sistema de naturaleza capitalizada encerrada sobre sí misma. A este proceso,
que también lo podríamos llamar la expansión semiótica del capital se une la
co-opción de personas y movimientos sociales en el juego de la
"conservación” […] (O'Connor, 1994: 17)
La emergencia del discurso promovido por la lucha entre movimientos
ambientalistas del Norte y las grandes multinacionales, y su lenta llegada a la
periferia que habitamos nos familiariza con nuevas ideas acerca de innovaciones
en los paradigmas de desarrollo (Vazquez-Barquero, 1988:26). Algunas de estas
propuestas tienen un claro corte reduccionista: “[...] la consideración y gestión de la ciudad como ecosistema propone
una lectura ecológica de la ciudad, enfatizando los flujos de energía, los
ciclos de vida, o el interés por la transformación de flujos unidireccionales
(campo-ciudad-vertedero) en flujos circulares mediante la reducción de las
pérdidas (lo que lleva a reducir la necesidad de entradas) [...] (SACHS, I.,
1984, cit. por GUTMAN, PABLO,a 1987:281). Pero el ambientalismo que se
experimenta en el sur con el denominado Ecologismo
Popular (EP) o Ecologismo de los países del Sur, muestra notables
diferencias históricas e ideológicas con las experiencias del Norte. Aquellos
pueblos que se han organizado para defenderse de la depredación de recursos y
de procesos extractivos que han amenazado su supervivencia, han consolidado -sin
proponérselo en la mayoría de los casos- experiencias que han permitido
sostener la emergencia de un Ecologismo Popular. El planteamiento de esta
corriente se centra en la defensa del acceso comunitario a los recursos
naturales frente a la depredación introducida por el Mercado o por los Estados
Nacionales. Se genera una reacción filosófica y práctica contra la degradación
ambiental, contra los excesos en la extracción de recursos generados por la
pobreza y por el intercambio desigual. Cuando la organización popular logra
trascender planteos ubicados en el eje de la base material, toma posiciones
sustentadas en conceptos provenientes de diversos sistemas simbólicos (como los
proporcionados por religiones biocéntricas, opuestas a las religiones
antropocéntricas occidentales, o el ecofeminismo esencialista). El EP se ha
desarrollado intensamente en la India, en Kenia, en Brasil, en Malasia, y en
otros países del Tercer Mundo donde las condiciones de vida de las masas los
obligan a agotar sus ya depredados recursos simplemente para poder sobrevivir a
corto plazo. Los terribles efectos de las diversas modalidades de colonialismo
fueron obligando a numerosas comunidades a la acción directa, y a rescatar
experiencias como la de la desobediencia civil (el caso del Movimiento Chipko
en la India, fuente de inspiración de numerosos grupos a partir de 1973, la de
los caucheros de la Amazonia, etc.) y otras variedades de técnicas de protesta.
La riqueza del EP no está, justamente, en el hecho de ser un movimiento de los
pobres, y justamente es peligroso oponerlo de esta manera a las prácticas de
las sociedades ricas. Lo interesante de su constitución es la diversidad y
plasticidad (ya que las experiencias de lucha se cuentan por miles, en todos
los ecosistemas y lugares del planeta donde hay espacios amenazados también lo
están las comunidades que viven en él) para estructurar planteos a partir de la
recuperación y resignificación de su identidad cultural. La tónica central del
EP es la oponerse a la transformación del planeta en un gran supermercado, y
como aspecto central de su propuesta trabaja con los presupuestos teóricos de
la Economía Ecológica (Martínez Allier, 1995), a los que agrega planteos acerca
de direccionar una transformación radical de la cultura occidental.
Argumentación desde el análisis discursivo
Lo primero que convengo en sostener es
que el análisis del discurso es una disciplina
relativamente nueva. Los primeros estudios sobre el discurso, delimitados por
las disertaciones de la lingüística tradicional, se circunscribieron a
identificar las reglas que gobiernan la producción de textos (orales o
escritos). Eran estudios y descripciones lingüísticas centradas en la frase,
pero que posteriormente vieron la necesidad de ir más allá y ampliar su
terreno. Fue así como se llegó al estudio del enunciado y del texto, es decir
al análisis del discurso, en su primer ruta de construcción. Pero, ¿qué es el
discurso? Y ¿qué posición teórica tendremos sobre él para des-bordarlo hacia
una investigación que dé cuenta del escenario apabullante de la aplicabilidad
tecnológica de la ciencia? Algunas definiciones del discurso lo presentan como
forma o manera de “designar a los modelos
de significado que organizan los diferentes sistemas simbólicos que habitamos
los seres humanos y que nos son necesarios para entendernos” (Soage,
2006:47) Quizá, como señala Raúl Dorra en la entrevista hecha por Castro
Ricalde (2002), la definición más práctica y económica sería la del lingüista
francés Emile Benveniste: el discurso es
lenguaje puesto en acción. Pero esto no dista de su naturaleza compleja,
pues nos coloca en el movimiento mismo de la discursividad y nos conduce a
“pensar que el discurso se derrama, se proyecta sobre otras sustancias
significantes, lo cual amplía el campo de los estudios del discurso a sistemas
más allá de los verbales” (Castro Ricalde, 2002:214) Lo que podemos notar y
estar seguro es que el discurso es un concepto clave para comprender y
explicitar los procesos de producción o construcción o fabricación de
significados y sentidos así como sus representaciones en las diversas
dimensiones de la vida de los hombres y las mujeres. Ahora bien, ¿cuál sería
ese mejor modo de análisis del discurso
que nos permitiera elucidar la génesis de un discurso dominante y sus formas de
poder, de dominio, control y hegemonía en la fabricación de sujetos, prácticas
sociales e instituciones que se reconfiguran en una dimensión ideológica? Es
decir, desde los análisis discursivos existentes, ¿puede constituirse una
configuración epistémica y metodológica que explicite al desarrollo sustentable
como discurso hegemónico en América Latina y el Caribe y, además, permita desocultar
y hacer visible las formas discursivas de poder del sistema capitalista?
Veamos.
Una marca distintiva en los estudios contemporáneos del discurso
es Michel Foucault, quien sostiene que el análisis del discurso
trata de captar el enunciado en la estrechez y
la singularidad de su acontecer; de determinar las condiciones de su
existencia, de fijar sus límites de la manera más exacta, de establecer sus
correlaciones con los otros enunciados que pueden tener vínculos con él, de
mostrar qué otras formas de enunciación excluye [… ] se debe mostrar por qué no
podía ser otro de lo que era, en qué excluye a cualquier otro, cómo ocupa, en
medio de los demás y en relación con ellos, un lugar que ninguno otro podría
ocupar. La pregunta adecuada a tal análisis se podría formular así: ¿cuál es,
pues, esa singular existencia, que sale a la luz en lo que se dice, y en
ninguna otra parte? (Foucault, 2001: 45)
Entonces, si seguimos a Foucault, podríamos preguntarnos ¿cuál es,
pues, esa singular existencia del desarrollo
sustentable? ¿Qué sale a la luz en lo que se dice que es desarrollo y sustentable y que en ninguna otra parte se atreve? Captar la estrechez y singularidad del desarrollo
sustentable –en cuanto que se reduce a su propia expresión del sistema capitalista-
en su acontecer responde a mi propósito. Es decir, lo que trato aquí es de
determinar las condiciones discursivas del desarrollo sustentable en cuanto su
existencia, fijar sus límites, establecer sus correlaciones con otros
enunciados que puede tener vínculo y mostrar qué otras formas de enunciación,
al mismo tiempo que se enuncia, excluye a cualquier otro asomo de formas
discursivas. Sin embargo, hay algo que falta a este cuadro narrativo de
interrogaciones y que a mi juicio conviene signarlo. La cuestión sobre el
enunciado: qué es el enunciado en el análisis del discurso, más allá de su
apariencia morfosintáctica?
[…] un enunciado es
siempre un acontecimiento que ni la lengua ni el sentido pueden agotar por
completo. Acontecimiento extraño, indudablemente: en primer lugar porque está
ligado por una parte a un gesto de escritura o a la articulación de una
palabra, pero que por otra se abre a sí mismo una existencia remanente en el
campo de una memoria, o en la materialidad de los manuscritos, de los libros y
de cualquier otra forma de conservación; después porque es único como todo
acontecimiento, pero se ofrece a la repetición, a la transformación, a la
reactivación; finalmente, porque está ligado no sólo con situaciones que lo
provocan y con consecuencias que él mismo incita, sino a la vez, y según una
modalidad totalmente distinta, con enunciados que lo preceden y que lo siguen
(Foucault, 2001:46)
La razón de lanzar aquella pregunta se ajusta a una manera de
proceder con el análisis en el que me encuentro. El desarrollo sustentable como
discurso es un enunciado que no termina ni se asienta en una gramática
definitiva con su forma, orden y sentido dado sino que va más allá de su propio
trazo. Es, por su naturaleza enunciativa, acontecimiento; y acontecimiento
prolongado a una escritura que hace textos en tanto forma de mantenerse, de
repetirse o reactivarse permanentemente. Pues, tenemos la certeza que lo han
originado ciertas contextualidades y ha ejercido una persuasión a la
consumación de resultados, pero lo que produce el asombro y el vértigo es la
ligazón, el entramado, la red, el tinglado de enunciados que lo prefijan, lo
alcanzan, lo sostienen. Descubrimos, en este acompañamiento del saberlo como
discurso –el desarrollo y sustentable-
posiciones enunciativas ética, política, económica, ambientalista, ecologista y
tecnológica que se secundan entre sí y fertilizan el juego de relaciones del
sistema mundo del capitalismo.Es por eso que el asunto de mi análisis son las
reglas de las formaciones discursivas y su descripción en el campo discursivo,
o como explica el mismo Foucault
[…] mostrar que en un discurso [...] hay reglas
de formación de objetos (que no son las reglas de utilización de las palabras),
reglas de formación de conceptos (que no son las leyes de la sintaxis) y reglas
de formación de teorías (que no son ni deductivas ni retóricas). Estas reglas,
utilizadas a través de una práctica discursiva en un momento dado, explican por
qué se ve (u omite) algo; por qué se percibe bajo un aspecto determinado y se
analiza a un nivel determinado; por qué una palabra se utiliza con un
significado determinado en una frase determinada (Citado por Soage, Ana.
2006:50)
Por otro lado, mostrar cómo
las prácticas de una determinada sociedad producen los discursos y que a su vez
dan forma a sus instituciones, es la otra nota distintiva, pues conviene tener
siempre en cuenta que el discurso “[…] no es simplemente aquello que traduce
las luchas o sistemas de dominación, sino aquello por lo que y a través de lo
que la lucha existe; el discurso es el poder que debe ser conquistado” (Foucault,
1999: 52-53). Podría decirse, entonces, que el foco de atención que estoy
defendiendo se desliza hacia el ejercicio de poder o en una analítica del poder
o como diría el mismo Foucault “[…]
cuando pienso en la mecánica del poder, pienso en su forma capilar de existir,
en el proceso por medio del cual el poder se mete en la misma piel de los
individuos, invadiendo sus gestos, sus actitudes, sus discursos, sus
experiencias, su vida cotidiana” (Foucault, 1987:75). Poder que se expresa
y se ejecuta en formas discursivas, prácticas sociales, instituciones; pero que
además produce realidades efectivas en cuanto que también es técnica. Es un
ejercer con una multiplicidad de dispositivos, organismos, artificios,
funciones, tácticas, mecanismos. Este es el modo de comprenderlo y no como se
ha tenido tradicionalmente en los estudios disciplinarios como el de la
política, el derecho y la sociología, las cuales pretenden describirlo como
atributo, localización, modo de acción y acto de legalidad. O en otras
palabras, como señala Foucault “[…]
tradicionalmente el poder es lo que se ve, lo que se muestra, lo que se
manifiesta… Aquellos sobre quienes se ejerce el poder pueden permanecer en la
sombra; sólo reciben la luz que les es concedida en esta parte del poder” (Foucault,
1987, 65). Entonces, el poder no es una propiedad sino una estrategia, un
diagrama que resulta de posiciones estratégicas desde donde fabrica saberes,
discursos, pues, “lo que le da estabilidad al poder, lo que induce a tolerarlo,
es el hecho de que no actúa solamente como una potencia que dice no, sino que
también atraviesa las cosas, suscita placeres, forma saberes, produce
discursos” (Foucault, 1999:65). De tal forma que todo saber es el resultado de
una fabricación íntima de las múltiples relaciones que teje el poder. Esto
quiere decir o alcanzo ver que el análisis de un discurso dominante no consiste
en ningún momento en discernirlo como verdad o grado de verdad –o cientificidad-
sino en advertir (darse cuenta para dar cuenta) cómo se producen históricamente
los efectos de verdad en las entrañas de un discurso que de por sí no son ni
verdaderos ni falsos, sino poder, saber y subjetividad.
Formas del
enunciado como acontecimiento
1. Discurso del discurso del desarrollo: invención
del subdesarrollo
Si bien es cierto que los conceptos ecológicos de alcance global y local
comienzan a diseñarse con el conservacionismo, a principios del siglo pasado, y
desembocan en el movimiento ecologista en los años 70 y en la Declaración del
Día de la Tierra. Existe un amplio espectro ideológico que va desde ¡La
Tierra Primero! hasta las sociedades ecológicas de tipo biológico o zoológico[4].
Sin embargo no hay duda alguna que, como explica Gustavo
Esteva
[…] los norteamericanos querían algo más. Necesitaban hacer
enteramente explícita su nueva posición en el mundo. Y querían consolidar su
hegemonía y hacerla permanente. Para esos fines, concibieron una campaña
política a escala global que portara claramente su sello. Concibieron incluso
un emblema apropiado para identificar la campaña. Y eligieron cuidadosamente la
oportunidad de lanzar uno y otra -el 20 de enero de 1949. Ese día, el día en
que el presidente Truman tomó posesión, se abrió una era para el mundo- la era
del desarrollo. (ESTEVA, Gustavo, 1996:52)
Y el 20 de enero de 1949 Truman sentenció “Debemos
emprender un nuevo programa audaz que permita que los beneficios de nuestros
avances científicos y nuestro progreso industrial sirvan para la mejoría y el
crecimiento de las áreas
subdesarrolladas. El viejo imperialismo -la explotación para beneficio
extranjero- no tiene ya cabida en nuestros planes. Lo que pensamos es un
programa de desarrollo basado en los conceptos de un trato justo democrático” (Documentos
sobre las relaciones exteriores norteamericanas, 1967). El acontecimiento
discursivo del enunciado subdesarrollo
marcaba la inauguración de toda una “nueva época del desarrollo”, pues al
usarlo por primera vez en este contexto de su investidura –su reelección de
1949 a 1953-, Truman cambió el significado de desarrollo y creó el emblema para
aludir de manera discreta o descuidada a la era de la hegemonía norteamericana,
como sostiene Gustavo Esteva:
Nunca
antes una palabra había sido universalmente aceptada el mismo día de su
acuñación política. Una nueva percepción, de uno mismo y del otro, quedó
establecida de pronto. Doscientos años de construcción social del significado
histórico-político del término 'desarrollo' fueron objeto de usurpación exitosa
y metamorfosis grotesca. Una propuesta política y filosófica de Marx, empacada
al estilo norteamericano como lucha contra el comunismo y al servicio del
designio hegemónico de Estados Unidos, logró permear la mentalidad popular, lo
mismo que la letrada, por el resto del siglo. (ESTEVA, Gustavo, 1996:53)
Sin embargo el primero en emplear la
palabra subdesarrollo fue Wilfred Benson[5],
quien probablemente la inventó cuando se refirió a las “áreas subdesarrolladas”
al escribir sobre las bases económicas de la paz en 1942. Pero la expresión no
tuvo eco en el público ni en los expertos. Dos años más tarde, Rosenstein-Rodan[6]
siguió hablando de “áreas económicamente atrasadas”. Arthur Lewis[7],
también en 1944, se refirió a la brecha entre las naciones ricas y las pobres.
A lo largo de la década, la expresión apareció ocasionalmente en libros
técnicos o en documentos de Naciones Unidas. Pero sólo adquirió relevancia
cuando Truman la presentó como emblema de su propia política. Aquí prorrumpió
la historia de la colonización mental para América Latina y el Tercer mundo,
cuya invención es también el resultado discursivo de aquél.
2.
Antes del subdesarrollo, protección del mito-paraíso
Pero la historia de las formas discursivas
sobre la ocupación del ambiente que han tenido en favorecer al desarrollo
sustentable no termina aquí. Por si fuera poco, ahora cuando hablamos de Áreas
Naturales Protegidas, debemos de tener claro que dicho enunciado no es otra
cosa que la referencia emblemática del modelo creado en los Estados Unidos de
Norte América a mitad del siglo XIX[8],
el cual constituye hoy en día en una de las políticas conservacionistas más
utilizada por los países del Tercer Mundo. Parte de la ideología
conservacionista subyacente al establecimiento de esas áreas protegidas, se
fundamenta en una visión del hombre como un ser necesariamente destructor de la
naturaleza. Los preservacionistas americanos, partiendo del contexto de la
rápida expansión urbano-industrial de los Estados Unidos, proponían “islas” de
conservación industrial, de gran belleza escénica, donde el hombre de la ciudad
pudiese apreciar y reverenciar la naturaleza salvaje. De esta manera, las áreas
naturales protegidas se constituyeron en propiedad o espacios públicos
(Diegues, 2005). La creación de
parques y reservas ha sido uno de los principales elementos de estrategia para
la conservación de la naturaleza, particularmente en los países del Tercer
Mundo. El objetivo general de esas áreas naturales protegidas es el de
preservar espacios con atributos ecológicos importantes. Algunas de ellas, como
los parques, son establecidos para que su riqueza natural sea apreciada por los
visitantes, sin que se permita al mismo tiempo, la residencia de persona alguna
en su interior. Estos “paraísos” servirían – en su idea de construcción- como lugares salvajes, donde el hombre pudiera
rehacer sus energías gastadas en la vida estresante de las ciudades y del
trabajo monótono. Parecería llevarse a cabo la reproducción del mito del paraíso
perdido y buscado por el hombre después de su expulsión del Edén. Este neomito
o mito moderno, viene sin embargo acompañado discursivamente del pensamiento
racional representado por conceptos como el de ecosistema, diversidad
biológica, riqueza natural entre otros.
Como
afirma el mismo Edgar Morin (1999), el pensamiento técnico-racional, todavía
hoy se ve parasitado por el pensamiento mítico y simbólico. La existencia de un
mundo natural salvaje, intocado e intocable, forma parte de esos neomitos,
puesto que la naturaleza en estado puro no existe, y las regiones naturales
anotadas por los biógrafos, usualmente corresponden a áreas ampliamente
manipuladas por los hombres. Sin embargo, este neomito fue transpuesto de los
Estados Unidos a países del Tercer Mundo, como Brasil, donde la situación es
ecológica, social y culturalmente distinta. Por ejemplo, la legislación
brasileña que crea los parques y reservas prevé, como en Estados Unidos, la
transferencia de los habitantes de esas áreas, causando una serie de problemas
de carácter ético, social, económico político y cultural. Asimismo gran parte
de las instituciones ambientalistas pregonan que, en cuantas más áreas sean
colocadas como unidades de conservación integral, es insospechado el desarrollo
del país. Por su parte el PNUMA propone que lo ideal sería que cerca del 10 %
de la superficie terrestre fuese transformado en Unidades de Conservación
(PNUMA, 1989 al 91). Pero el asunto de las áreas
naturales protegidas crea problemas complejos de carácter político, social
y económico, y no se reduce, como quieren los conservacionistas puros, a una
simple “conservación del mundo natural”, e incluso de protección de la
biodiversidad. Un primer conjunto de los problemas se refiere al tipo y a las
características de las unidades de conservación existentes, pues las que son
caracterizadas como prioritarias, como los parques naturales, las reservas
biológicas y las estaciones ecológicas, no permiten la presencia de poblaciones
humanas, incluso las consideradas tradicionales que habitan esas áreas por decenas
y hasta centenas de años sin que las depreden. Una segunda serie de problemas
se refieren al impacto político territorial y agrario generado por la creación
de áreas protegidas que, ya en muchos países, representan considerables
extensiones territoriales. Si aproximadamente el 10 % del territorio brasileño
fuera transformado en áreas naturales protegidas integrales, como recomienda el
PNUMA, cerca de 800.000 kilómetros cuadrados serían parques naturales y
reservas, casi un poco menos de la mitad de la superficie del territorio
mexicano y mucho mayor a la de grandes países europeos, como Francia. En
verdad, esa proporción ya fue alcanzada por siete países en África y cerca de
seis países en América Latina (Ghimire, 1991). Pero, lo que suena natural en este recuadro rítmico de las
correspondencias es que los Estados Unidos, uno de los propugnadores de esa
idea, tiene menos del 2% de su territorio como parques nacionales y Europa presenta
menos del 7%. Aparentemente la idea de parques nacionales se muestra importante
para el Tercer Mundo, pero no para los países industrializados (Diegues, 2005:8). Y si le sumamos que
varios países del Tercer Mundo atraviesan crisis de alimento como resultado, en
parte, por la escasez de tierras para la agricultura. La propia Estrategia
Mundial para la Conservación de la UICN (1980) propone que las tierras
cultivables de los países pobres deberían ser reservadas para la agricultura,
pero con excepción de Indonesia y de Etiopía, no hubo ninguna expansión
significativa de reasentamientos o de desarrollo rural para los campesinos sin
tierra del Tercer Mundo. A más de eso, Ghimire (1993) afirma que los gobiernos
no evalúan correctamente los costos ambientales y sociales de la expansión de
los parques nacionales y de las áreas protegidas. Él afirma que, en muchos
casos, la expulsión de los habitantes de las áreas transformadas en parques
nacionales, ha llevado a una sobre utilización de las áreas protegidas y de sus
alrededores por los habitantes, que son muchas veces reasentados de forma
inadecuada en las proximidades de esas áreas.
Un
tercer conjunto de problemas sociales y étnicos son los relativos a la
expulsión de las poblaciones tradicionales, indígenas o no, de sus territorios
ancestrales. Esas poblaciones fueron estimadas en trescientos millones por las
Naciones Unidas y sobreviven en setenta países y ocupan los más variados
ecosistemas como las sabanas, las florestas y las regiones polares. Según
McNeely (1993), los pueblos llamados “tribales”, nativos tradicionales o de culturas
minoritarias diferenciadas, que viven en regiones aisladas, ocupan cerca del
diecinueve por ciento de la superficie terrestre y viven en ecosistemas
frágiles. En general son esos ecosistemas considerados “naturales” los que con
más frecuencia son transformados en áreas naturales protegidas, lo que implica
la expulsión de sus habitantes. Con esa acción autoritaria, en beneficio de las
poblaciones urbanizadas, el Estado contribuye a la pérdida de un gran arsenal
de conocimiento y saberes étnicos, de ingeniosos sistemas de manejo de recursos
naturales y de la propia diversidad cultural. La expulsión de los habitantes ha
contribuido todavía más para la degeneración de las áreas de parques, pues con
frecuencia, por falta de fiscalización, industrias madereras y de minería los
invaden para explotar ilegalmente sus recursos naturales. Así mismo, los
habitantes muchas veces retiran ilegalmente medios de subsistencia de sus
territorios transformados en áreas protegidas, consideradas como “recursos
perdidos por las comunidades locales”.
Conclusiones
Primero,
que la irrupción de la naturaleza en el campo de las ciencias humanas
constituye ya uno de los hechos más notables de la cultura de nuestro tiempo.
De una manera que parece casi súbita por contraste con el prolongado período de
especialización y separación de campos que precedió al tiempo que vivimos, lo
ambiental se torna en objeto de preocupación y estudio para la economía, la
sociología, la ciencia política y, naturalmente, la historia. Segundo, esta
tendencia nueva a la cooperación y la síntesis expresa la necesidad de dar
forma a las preguntas inéditas que nos plantea la época en que vivimos, marcada
desde hace más de un decenio por una circunstancia de crecimiento económico
sostenido acompañado de un constante deterioro social y ambiental. Y de todas
esas preguntas, ninguna es tan importante como la que se refiere al carácter y
el significado de la evidente crisis por la que atraviesan las relaciones entre
los humanos y su entorno natural. Tercero, la crisis de hoy tiene un carácter
global. Afecta a todas las sociedades del planeta; se ha venido gestando con
intensidad creciente en un período de apenas doscientos años –y sobre todo en
el último medio siglo–, y da muestras ya de estarse transformando en una crisis
no meramente ambiental sino más allá de ella: la estrecha relación existente
entre las relaciones que los seres humanos establecen entre sí en la producción
de sus condiciones de vida, y las que como especie establecen con el conjunto
del mundo natural. Cuarto, entonces lo ambiental no es un problema tecnológico,
demográfico, o meramente económico, para dar paso a una visión de creciente
complejidad, que demanda por lo mismo formas nuevas de colaboración e
interacción entre las ciencias humanas y las naturales. En esta relación nueva
resaltan que lo social y lo natural deben ser comprendidos en el marco más
amplio de las interacciones entre los sistemas sociales y los sistemas naturales
como una importante empresa cultural que modificará considerablemente nuestra
comprensión de los procesos históricos.
Notas
[1] Entiendo por sistema
capitalista a la significación imaginaria de los sujetos que centran su vida
humana en la expansión ilimitada del consumo y de la producción del supuesto
bienestar material, acompañado de actitudes, valores y normas encaminadas de
una ideología del progreso y del conformismo generalizado, es decir disminución de la participación de los ciudadanos en la
cosa pública. Todo esto produce un sujeto
conformista y privatizado
[2] El
análisis económico de los recursos naturales y del ambiente es básicamente
neoclásico y se inscribe, por
ello, en el paradigma mecanicista. Las cuestiones se plantean en términos de
asignaciones de bienes entre los agentes en función de sus preferencias, pero
los bienes y servicios naturales presentan un cierto número de particularidades
a las que corresponden los conceptos siguientes: Recursos naturales o activos naturales designan al conjunto
de bienes que no son producibles por el hombre; estos recursos se dividen por
una parte, en recursos agotables o no renovables, cuyos acervos se encuentran
en la tierra; y los recursos renovables que se generan sobre un horizonte
económicamente significativo, gracias a su inscripción biofísica e
independientemente de toda intervención humana. Por otra parte, se encuentran
los recursos mercantiles y los recursos libres, como el aire o el sol. Los efectos externos o externalidades
designan las interdependencias entre los agentes económicos que afectan así
las funciones-objetivo respectivas de aquellos, sin estar regulados por el
intercambio voluntario de bienes que da lugar a un pago, que supuestamente
representa su valor. Los bienes
colectivos designan bienes cuyo consumo no es exclusivo de nadie
o sobre los cuales se constata una imposibilidad teórica o contingente de
definir derechos de uso exclusivo. Lo que se llama tradicionalmente economía de recursos naturales y del
ambiente es el despliegue de estos tres conceptos, que aportan
la corriente neoclásica a los problemas suscitados por la naturaleza. Surge así
en primer lugar la doble confrontación entre lo producible y lo no producible,
de lo mercantil y lo no mercantil. En este cuadro analítico, la visión lineal
heredada del paradigma mecanicista impide aprehender plenamente los vínculos
entre consumo de recursos naturales y polución, o de ver las posibilidades de
retracción del agotamiento de recursos o de la polución sobre la economía. Por
esta razón, el análisis estándar de la economía de recursos naturales y del
ambiente se disoció, históricamente, entre una economía de recursos naturales y
una economía del ambiente. Ciertas categorías, como los bienes colectivos y los
análisis que se desprenden, aparecen a la vez en el campo de la economía de
recursos naturales y del ambiente.
[3] Cuyos principio serían: El primero es el principio de la compatibilidad, no sólo en tanto que comienza a ser
determinante de una transformación en el que se desdobla como reversión del
sistema depredador y, al mismo tiempo, como generador de nuevos horizontes en
el entorno socioeconómico, sino también como vinculación con todos los nexos
preexistentes respecto a los fundamentos de la producción social, basada en el
dominio del hombre sobre la naturaleza. Principio de la compensación. No sólo en el ámbito económico, sino
reconociendo la compensación de las pérdidas ocurridas en los ecosistemas, algo
que no puede realizarse completamente, pero sí cambiar la dirección y
tendencias: así el problema podrá ser más manejable, siendo entonces un triunfo
del hombre sobre sí mismo, medido por la capacidad de adaptarse a los límites
naturales y creando condiciones para modificar el conjunto de relaciones
hombre-naturaleza y no sólo algunas de ellas. La corresponsabilidad implica cumplir acciones frente a
la naturaleza que la compensen y ello no ocurre, en tanto no este presente la corresponsabilidad
humana. Si queremos que la tierra produzca más, dejemos el tiempo necesario
para que se recupere, no la forcemos a generar la producción que aspiramos. Al
mismo tiempo la corresponsabilidad es social, es decir, se refiere a los
mecanismos de reproducción social La Reciprocidad: esta se da a un nivel tanto local como global e implica
actuar en sentido opuesto, en otra dirección, pero en la misma magnitud y con
la misma intención: yo te doy, tú me das; pero varía según la diversidad
económica y social que se trate. La
Conservación: sin conservación no hay reproducción y no habría la
aspiración hacia una agricultura y economía ecológicas. La conservación
presupone la reproducción y todas las demás acciones expresadas en los rasgos
señalados en la compatibilidad. La
estabilidad y cambio: Si consideramos el funcionamiento de los
ecosistemas, éstos tienen propiedad de estabilidad, que no debe entenderse como
continuidad, ya que ello implica un crecimiento sostenido, en algunas
ocasiones más que proporcional, hablando comparativamente de una situación
diferente, o bien, de una etapa anterior a su propio desarrollo. La continuidad y sus límites: Primeramente
se tiene que destacar que la continuidad es la característica técnica del
proceso de producción que surge inicialmente como necesidad de hacer de la
producción una actividad ininterrumpida.
[4] Recomiendo el siguiente texto
para su profundización Ecología social: ética para una ecología
latinoamericana, de Ester A. Previtera T.
[5] Quien fuera miembro del
Secretariado de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT)
[6] Rosenstein-Rodan, nacido en
Polonia, fue educado en Viena, en la tradición de la escuela austriaca.
Sus primeras contribuciones trabajan temas tradicionales: utilidad marginal,
complementariedad, estructuras jerárquicas de necesidades, el tiempo. Después,
en 1930, emigra a Londres donde enseña en la UCL y la LSE. En 1947 empieza a
trabajar para el World Bank y emigra a los EEUU donde será profesor en el MIT
(1953-1968) y en las Universidades de Texas y Boston. Se le considera uno de
los pioneros de la teoría del desarrollo económico.
[7] Economista británico, nacido
en Santa Lucía, en las Antillas, obtuvo el Premio Nobel de Economía en 1979,
compartido con Theodore W. Schultz, por su investigación pionera en el
desarrollo económico con atención particular a los problemas de los países en
desarrollo.
[8] La creación del primer parque
nacional en el mundo, el de Yellowstone, a mediados del siglo XIX, fue el
resultado de ideas preservacionistas que se volverán importantes en los Estados
Unidos desde el inicio de aquel siglo. Sin embargo, de acuerdo con Keith Thomas
(1993), esas ideas surgieron en Europa mucho antes. Según este autor, en
Inglaterra, hasta el siglo XVIII, había un conjunto de concepciones que
valorizaban el mundo natural domesticado, y los campos de cultivo eran los
únicos que tenían valor. El hombre era el Rey de la creación y los animales
eran considerados insensibles al dolor. Cuando en ese siglo comenzaron a llegar
a Europa noticias de que los pueblos orientales veneraban a la naturaleza y no
maltrataban a los animales, la reacción general fue de desaprobación. En la
Europa Occidental, la domesticación de animales era considerada el punto más
alto de la humanización y entregar ganado a los indígenas del Nuevo Mundo era
introducirlos en la civilización. Además de eso, anota Thomas (1983), algunos
individuos eran vistos como animales pues no se comportaban como civilizados
(los pobres, las mujeres, los jóvenes, los enfermos mentales, los homosexuales),
por eso podrían ser sometidos o marginalizados.
Bibliografía
Castro Ricalde, Maricruz (2002). Teoría y análisis del Discurso:
problemáticas recientes. Revista científica multidisciplinaria “Ciencia
Ergo Sum”, noviembre, volumen 9, núm. 3, Universidad Autónoma de México, pp.
213-217.
Corona, Alfonso (2000). Economía Ecológica: Una metodología para la
sustentabilidad, UNAM
Diegues, Antonio
Carlos (2005). El mito moderno de la naturaleza intocada, en NUPAUB (Núcleo de Apoio à Pesquisa sobre
Populações Humanas e Áreas Úmidas
Brasileiras)-USP, Center for Research on Human Population and Wetlands
in Brazil-USP, São Paulo, Brasil.
Documentos sobre las Relaciones Exteriores
Norteamericanas (1967). Harry S. Truman,
Discursos de Investidura, 20 de enero de 1949, en Documents on American
Foreing Relations, Connecticul: princenton University Press.
Esteva,
Gustavo (1996). “Desarrollo”, en W.
Sachs (editor), Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como
poder, PRATEC, (primera edición en inglés en 1992), Perú.
Foladori, Guillermo (2005). Una tipología del pensamiento ambientalista.
¿Sustentabilidad? Desacuerdos sobre el desarrollo sustentable, México,
UAZ/Porrúa.
Foucault, Michel. (1987) Historia de la sexualidad, I. La voluntad
del saber, ed. Siglo XXI, México,
pp. 194
Foucault, Michel. (1999) El orden del discurso. Editores Fabula
Tusquets, Barcelona España, Pp. 76
Foucault, Michel. (2001) La Arqueología del saber, México, Siglo
XXI, pp. 355
Ghimire,
K. (1993). Parques e populações:
problemas de sobrevivência no manejo de parques nacionais na Tailândia e
Madagascar.
Gutman, Pablo (1987).
"Pobreza urbana: explorando algunas microsoluciones para
macroproblemas". En: Desarrollo
Económico, Vol.27, número. 106, julio, septiembre, IDES, Buenos Aires.
Martínez Allier, Joan (1995). De
la Economía Ecológica al Ecologismo Popular, Icaria/Nordan Comunidad,
Montevideo
Mcneely, J. (1993). "Afterword-people and
protected areas; partners in prosperity". In: Kemf, E. The law of the
mother, São Francisco, Sierra Club Book.
O'connor, Martin (1994).
"El mercadeo de la naturaleza. Sobre los infortunios de la
naturaleza capitalista". En: Ecología
Política, númeroro. 7, ICARIA, Barcelona.
Pearce, D. W. y Turner R. K.
(1995). Economía de los Recursos
Naturales y del Medio Ambiente, Celeste, Madrid.
PNUMA (1989 -91). Programa de las Naciones Unidas para el Medio
Ambiente
Quintero Soto, Ma. Luisa et al (2008). Revisión de las corrientes teóricas sobre el medio ambiente y los
recursos naturales. Revista Digital Universitaria, Vol. 9, Núm. 3
Ribeiro, Darcy (2004) El
dilema de América Latina. Estructurad de poder y fuerzas insurgentes, ed.
Buenos Aires, Argentina, S. XXI
Salinas Calleja, Edmar (2007). “El desarrollo sustentable”, en Memorias del Segundo Congreso de
Investigación sobre Sustentabilidad y Calidad de Vida. UAEM.
Soage,
Ana (2006). La teoría del discurso de la
Escuela de Essex en su contexto teórico, en Círculo de lingüística aplicada a la comunicación (CLAC), Pp. 45-61
Urteaga, Luis (1993). La teoría de los climas y
los orígenes del ambientalismo, en cuadernos críticos de geografía humana,
Geocrítica, Núm. 99, Universidad de Barcelona.
Vazquez-Barquero, Antonio (1988). Desarrollo local. Una estrategia de creación de empleo. Edit. Pirámide, S.A., Madrid
World Comission for Environment and
Development [WCED], 1987
Zapata-Martelo E., Halperin-Frisch D. (1999), “Efectos de la
desigualdad socioeconómica sobre la atención prenatal en la región fronteriza
de Chiapas, México”, en Tuñón Pablos E (coord.). Género y salud en el Sureste de México, Vol. II,
ECOSUR-UNAFPA-COESPO, Chiapas