Raúl Trejo Villalobos
De acuerdo al estudio sobre la situación de la enseñanza de
la filosofía en el mundo, realizado por la UNESCO y publicado en el libro La filosofía, una escuela de la libertad
(México, UNESCO/UAM, 2011), en el transcurso de las últimas décadas se han
gestado y desarrollado, bastante y notoriamente, una serie de prácticas
filosóficas más allá del ámbito académico y de los espacios escolares.
Estas prácticas son, a saber: 1.- la consulta filosófica[1] (en
el que, antes que paciente, se tiene a un invitado para entablar un diálogo
filosófico y trabajar sobre algunas ideas o problemas de carácter existencial
mediante la racionalidad, la lógica y el pensamiento crítico), 2.- el café filosófico[2] (en
el que participa un público variado y se abordan distintas problemáticas bajo
la coordinación de un filósofo profesional), 3.- el taller de filosofía (en
donde se invita a la polémica, el análisis o la clarificación de problemas
después de una exposición, proyección de una película o una lectura), 4.- la
filosofía en ediciones para todo el público[3] (en
donde destacan libros como El mundo de
Sofía, de Jostein Gaarder, entre muchos otros, y se le da prioridad a la
divulgación), 5.- la filosofía con los niños fuera de la escuela (en atención a
la formación de los infantes), 6.- la filosofía en la empresa (en donde su
pretende reforzar cuestiones de identidad y de valores, así como buscar
espacios de relajación, al mismo tiempo que se discuten problemáticas
personales, familiares y sociales) y 7.- la filosofía en los medios difíciles (en
el que se atiende a adolescentes en situación de ruptura o gentes de la calle o
bien se trabaja en centros para minusválidos, prisiones[4],
hospitales[5] y campos
de refugiados).
En el fondo, algunas características de las primeras tres
formas de prácticas prevalecen en las cuatro restantes. Lo que cambia, en todo
caso, es el público o el lugar donde se efectúan y a veces los propósitos. Para
efectos de aclarar algunos aspectos sobre éstas, citamos en extenso en un
primer momento algo sobre los cafés y los talleres; y, posteriormente, sobre
las consultas, ya sea de manera individual o las promocionadas en las empresas.
En cuanto a lo primero, destacamos: “Cabe hacer una distinción entre el taller, el
café filosófico y la conferencia (…) En su forma habitual, el taller se
asemejaba a una conferencia, pero con la diferencia de que el tiempo reservado
para la presentación inicial era más breve que el que se reservaba para la
discusión subsiguiente. En efecto, el principio de un taller consiste en
invitar a los participantes a producir ellos mismos un pensamiento, más que
asistir de manera relativamente pasiva a la presentación hecha por un
especialista. Y en cuanto al café filosófico, lo que lo caracteriza es el
aporte de un especialista que por diferentes medios asegura una exigencia
filosófica para no limitarse a un debate de opiniones” (p, 163-164).
En cuanto a lo segundo, resaltamos: “La consulta filosófica es
(…) un medio para clarificar su propio pensamiento y sus problemáticas
subyacentes. No se trata de un enfoque psicológico, puesto que se trata ante
todo de lo que se piensa y no de lo que se siente: identificar una visión del
mundo, problematizarla y adoptar una posición ante la misma. No se trata
tampoco de coaching, puesto que el
objetivo no es examinar los problemas concretos con vistas a tomar decisiones
inmediatas” (p, 167-168).
Algunas otras características, ahora en común a todas estas
prácticas son: el diálogo, el cuestionamiento, la aventura de pensar por uno
mismo –en rechazo al principio de autoridad–, ciertos ideales democráticos
–frente al elitismo académico–, una defensa de la reflexión ética –más allá de
las meras opiniones sobre las conductas morales–, una valoración de los
sentimientos y las opiniones personales –en contra de una pretendida razón
universal– y una crítica del conocimiento –sobre todo el de la tradición– (pp,
173-174).
Cabe advertir que a la par que se han desarrollado estas
prácticas, también se han generado una serie de críticas a las mismas, algunas
de las veces por parte de la academia misma. Entre éstas, cabe señalar: la
falta de una crítica rigurosa y sistemática, bajo el principio de no-agresión
de todas las ideas valen; el favorecimiento de un intercambio de opiniones, la
mayoría de las veces con una carencia de argumentos; la glorificación de las
buenas intenciones, la empatía y las buenas relaciones, antes que un análisis
serio de los discursos; y, por último, la actitud antiintelectual y
anticultural, en clara renuncia al concepto y al pensamiento abstracto (pp,
175-176).
Pero, más allá de las críticas, una cuestión que no deja de
llamar la atención reside en las motivaciones que han generado las prácticas
filosóficas antes señaladas. En este sentido, se expone en el libro las
siguientes: el cultural, el existencial, el espiritual, el terapéutico, el
político, el relacional y el intelectual.
La primera de estas motivaciones comprende a un público (concretamente
amas de casa y jubilados con tiempo disponible) que tiene como propósito
conocer un poco más de algo que le parece importante. La segunda, a diferencia
de la primera, va más allá del conocimiento como cultura general, y comprende a
un público con un promedio de 40 años y más, con el propósito de hacer los
primeros balances de la existencia. La tercera motivación, la espiritual,
cercana a la existencial, se caracteriza por preocupaciones de índole
metafísico, en el que la filosofía se ve muy próxima a la religión.
Un problema de relación entre la filosofía y la psicología
define a la cuarta motivación: la terapéutica. “Cuando la búsqueda del sentido
toma la forma de un dolor relativamente insoportable, cuando el cuestionamiento
se convierte en obsesión y la duda paraliza el vivir diario, se puede
considerar que estamos frente a un desorden que puede llegar a ser patológico”.
Y más adelante se añade: “La línea de demarcación, si se puede trazar, entre el
problema filosófico y el psicológico podría ser el mantenimiento de la
capacidad de razonar, y por ende, de distanciarse un mínimo de uno mismo” (p,
157).
La quinta motivación, la política, se justifica por cinco
razones: porque la gente se rehúsa a adquirir esquemas ideológicos
prefabricados, porque se desconfía demasiado en los políticos, porque se
prefieren las relaciones interpersonales que a las institucionales y porque “el
compromiso ya no está de moda: el militante no es un ideal” y se prefieren los
debates de ideas abiertos y más libres. La sexta motivación es, al parecer,
menos compleja: se trata de establecer relaciones.
La séptima y última motivación, la intelectual, aunque
cercana a la existencial y cultural, se distingue de éstas en el sentido que lo
que se propone es el ejercicio del pensamiento por el pensamiento mismo: “Esta
categoría no agrupa a la mayoría de los que desean lanzarse en este tipo de
modalidad de práctica, habida cuenta de la dificultad de dicha empresa, pero al
mismo tiempo los que se arriesguen a practicarla serán los más motivados y los
más aptos para promover activamente la actividad filosófica” (p, 160).
Otra cuestión de no menor importancia, además de las
motivaciones, radica en la propuesta de la UNESCO, a partir de lo expuesto, de
veinte acciones para filosofar agrupadas y clasificadas en tres grandes
apartados: el reconocimiento institucional (en donde se busca la razón de ser
de estas prácticas y el reconocimiento de su dimensión cultural), la formación
y profesionalización de los practicantes de la filosofía (en donde se propone
la creación de salidas profesionales, especialidades o maestrías[6]) y
una serie de acciones enfocadas a distintos momentos, espacios o eventos sociales
(creación de días o semanas de la filosofía, olimpiadas filosóficas[7] o
casas de la filosofía).
Como se podrá ver, dentro de estas propuestas se pretende
hacer coincidir a las prácticas filosóficas con la filosofía académica o hacer
que las primeras se nutran de la segunda. En este sentido, para terminar, es
importante traer a cuenta el problema del estatus o la posición del filósofo
practicante. Es decir, si bien estas prácticas pueden ser dirigidas y
coordinadas por animadores de discusión que no necesariamente tengan la
formación formal de filósofos, tanto mejor si lo son y en dos sentidos: como
intervencionistas de la forma o del contenido. “Los primeros establecen
modalidades de expresión, de tiempo de toma de la palabra, de funciones fijas o
de otros formalismos, esto es, una serie de reglas de juego para regular el
intercambio”. Con respecto a los segundos, se dice que es semejante a un
profesor tradicional adepto a la lección. “Es él, en su calidad de filósofo,
quien está llamado, sobre todo, a transmitir un contenido cultural, a hacer
conocer los autores, las escuelas, los sistemas de pensamiento, a explicitar
los conceptos consagrados, a desarrollar problemáticas, a situar las ideas en
su contexto, etc.” (p, 171).
En síntesis, como se ha pretendido exponer en estas líneas,
la filosofía ha dejado de ser una exclusividad de los espacios académicos y
universitarios y se ha manifestado como una necesidad de distintos públicos sin
tener que cursar todo un programa, sin tener que ceñirse a una normativa o una
serie de formalidades por un determinado número de años. No se trata,
efectivamente, de adquirir un diploma. Asimismo, la filosofía ha surgido como
una alternativa, una salida, que no se confunde con otro tipo de prácticas como
el psicoanálisis, el coaching, las
relaciones humanas o la superación personal. Se reconoce, efectivamente, que
estas prácticas filosóficas pueden caer en el mero intercambio de opiniones, en
una clase o en una conferencia al puro estilo académico, sin embargo, no deja
haber algunas características que hacen que éstas sean algo distinto.
Para mayor información sobre el tema, así como la situación
de la enseñanza de la filosofía en el mundo en los niveles básico, secundario y
superior, La filosofía, una escuela de la
libertad puede ser consultado en la página de Centro de Documentación en
Filosofía Latinoamericana e Ibérica (CEFILIBE) en la siguiente dirección: http://csh.izt.uam.mx/cen_doc/cefilibe/,
o también en la página de la UNESCO: http://www.unesco.org/new/es/social-and-human-sciences/.
[1] En 1981, Gerd Achenbach abrió el primer consultorio
en Alemania (p, 161). En 1997, en Noruega, se creó la Norwegian Society of
Philosophical Practice (p, 162).
[2] En 1992, Marc Sautet organizó el primer
café-filosófico en París, Francia. Actualmente hay entre 150 y 200 en todo el
país (p, 161). Oscar Brenifer, Presidente del Instituto de Prácticas
Filosóficas de Francia, refiere que el primer café-filosófico en Argelia tuvo
lugar en 1998 (p, 163)
[3] Algunos otros autores referidos son: Fernando
Savater, Alain De Botton, Michel Onfray, Comte-Sponville (p, 165).
[4] Jean-Francois Chazerans es animador de debates
filosóficos en cárceles francesas (p, 188).
[5] Marianne Remacle ha implementado talleres de
filosofía en el Hospital para niños de Bruselas desde 2001 (p, 169).
[6] Actualmente la Universidad de Barcelona imparte un
Master en Práctica Filosófica y Gestión Social (p, 183).
[7] Mauricio Langon refiere que en Uruguay hay Olimpiadas
Filosóficas, desde 1999, cada dos años (p, 191).