viernes, 29 de junio de 2012

PRÁCTICAS FILOSÓFICAS EXTRAESCOLARES




Raúl Trejo Villalobos


De acuerdo al estudio sobre la situación de la enseñanza de la filosofía en el mundo, realizado por la UNESCO y publicado en el libro La filosofía, una escuela de la libertad (México, UNESCO/UAM, 2011), en el transcurso de las últimas décadas se han gestado y desarrollado, bastante y notoriamente, una serie de prácticas filosóficas más allá del ámbito académico y de los espacios escolares.

Estas prácticas son, a saber: 1.- la consulta filosófica[1] (en el que, antes que paciente, se tiene a un invitado para entablar un diálogo filosófico y trabajar sobre algunas ideas o problemas de carácter existencial mediante la racionalidad, la lógica y el pensamiento crítico), 2.- el café filosófico[2] (en el que participa un público variado y se abordan distintas problemáticas bajo la coordinación de un filósofo profesional), 3.- el taller de filosofía (en donde se invita a la polémica, el análisis o la clarificación de problemas después de una exposición, proyección de una película o una lectura), 4.- la filosofía en ediciones para todo el público[3] (en donde destacan libros como El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder, entre muchos otros, y se le da prioridad a la divulgación), 5.- la filosofía con los niños fuera de la escuela (en atención a la formación de los infantes), 6.- la filosofía en la empresa (en donde su pretende reforzar cuestiones de identidad y de valores, así como buscar espacios de relajación, al mismo tiempo que se discuten problemáticas personales, familiares y sociales) y 7.- la filosofía en los medios difíciles (en el que se atiende a adolescentes en situación de ruptura o gentes de la calle o bien se trabaja en centros para minusválidos, prisiones[4], hospitales[5] y campos de refugiados).

En el fondo, algunas características de las primeras tres formas de prácticas prevalecen en las cuatro restantes. Lo que cambia, en todo caso, es el público o el lugar donde se efectúan y a veces los propósitos. Para efectos de aclarar algunos aspectos sobre éstas, citamos en extenso en un primer momento algo sobre los cafés y los talleres; y, posteriormente, sobre las consultas, ya sea de manera individual o las promocionadas en las empresas.

En cuanto a lo primero, destacamos:  “Cabe hacer una distinción entre el taller, el café filosófico y la conferencia (…) En su forma habitual, el taller se asemejaba a una conferencia, pero con la diferencia de que el tiempo reservado para la presentación inicial era más breve que el que se reservaba para la discusión subsiguiente. En efecto, el principio de un taller consiste en invitar a los participantes a producir ellos mismos un pensamiento, más que asistir de manera relativamente pasiva a la presentación hecha por un especialista. Y en cuanto al café filosófico, lo que lo caracteriza es el aporte de un especialista que por diferentes medios asegura una exigencia filosófica para no limitarse a un debate de opiniones” (p, 163-164).

En cuanto a lo segundo, resaltamos: “La consulta filosófica es (…) un medio para clarificar su propio pensamiento y sus problemáticas subyacentes. No se trata de un enfoque psicológico, puesto que se trata ante todo de lo que se piensa y no de lo que se siente: identificar una visión del mundo, problematizarla y adoptar una posición ante la misma. No se trata tampoco de coaching, puesto que el objetivo no es examinar los problemas concretos con vistas a tomar decisiones inmediatas” (p, 167-168).

Algunas otras características, ahora en común a todas estas prácticas son: el diálogo, el cuestionamiento, la aventura de pensar por uno mismo –en rechazo al principio de autoridad–, ciertos ideales democráticos –frente al elitismo académico–, una defensa de la reflexión ética –más allá de las meras opiniones sobre las conductas morales–, una valoración de los sentimientos y las opiniones personales –en contra de una pretendida razón universal– y una crítica del conocimiento –sobre todo el de la tradición– (pp, 173-174). 

Cabe advertir que a la par que se han desarrollado estas prácticas, también se han generado una serie de críticas a las mismas, algunas de las veces por parte de la academia misma. Entre éstas, cabe señalar: la falta de una crítica rigurosa y sistemática, bajo el principio de no-agresión de todas las ideas valen; el favorecimiento de un intercambio de opiniones, la mayoría de las veces con una carencia de argumentos; la glorificación de las buenas intenciones, la empatía y las buenas relaciones, antes que un análisis serio de los discursos; y, por último, la actitud antiintelectual y anticultural, en clara renuncia al concepto y al pensamiento abstracto (pp, 175-176).

Pero, más allá de las críticas, una cuestión que no deja de llamar la atención reside en las motivaciones que han generado las prácticas filosóficas antes señaladas. En este sentido, se expone en el libro las siguientes: el cultural, el existencial, el espiritual, el terapéutico, el político, el relacional y el intelectual.

La primera de estas motivaciones comprende a un público (concretamente amas de casa y jubilados con tiempo disponible) que tiene como propósito conocer un poco más de algo que le parece importante. La segunda, a diferencia de la primera, va más allá del conocimiento como cultura general, y comprende a un público con un promedio de 40 años y más, con el propósito de hacer los primeros balances de la existencia. La tercera motivación, la espiritual, cercana a la existencial, se caracteriza por preocupaciones de índole metafísico, en el que la filosofía se ve muy próxima a la religión.

Un problema de relación entre la filosofía y la psicología define a la cuarta motivación: la terapéutica. “Cuando la búsqueda del sentido toma la forma de un dolor relativamente insoportable, cuando el cuestionamiento se convierte en obsesión y la duda paraliza el vivir diario, se puede considerar que estamos frente a un desorden que puede llegar a ser patológico”. Y más adelante se añade: “La línea de demarcación, si se puede trazar, entre el problema filosófico y el psicológico podría ser el mantenimiento de la capacidad de razonar, y por ende, de distanciarse un mínimo de uno mismo” (p, 157).

La quinta motivación, la política, se justifica por cinco razones: porque la gente se rehúsa a adquirir esquemas ideológicos prefabricados, porque se desconfía demasiado en los políticos, porque se prefieren las relaciones interpersonales que a las institucionales y porque “el compromiso ya no está de moda: el militante no es un ideal” y se prefieren los debates de ideas abiertos y más libres. La sexta motivación es, al parecer, menos compleja: se trata de establecer relaciones.

La séptima y última motivación, la intelectual, aunque cercana a la existencial y cultural, se distingue de éstas en el sentido que lo que se propone es el ejercicio del pensamiento por el pensamiento mismo: “Esta categoría no agrupa a la mayoría de los que desean lanzarse en este tipo de modalidad de práctica, habida cuenta de la dificultad de dicha empresa, pero al mismo tiempo los que se arriesguen a practicarla serán los más motivados y los más aptos para promover activamente la actividad filosófica” (p, 160).

Otra cuestión de no menor importancia, además de las motivaciones, radica en la propuesta de la UNESCO, a partir de lo expuesto, de veinte acciones para filosofar agrupadas y clasificadas en tres grandes apartados: el reconocimiento institucional (en donde se busca la razón de ser de estas prácticas y el reconocimiento de su dimensión cultural), la formación y profesionalización de los practicantes de la filosofía (en donde se propone la creación de salidas profesionales, especialidades o maestrías[6]) y una serie de acciones enfocadas a distintos momentos, espacios o eventos sociales (creación de días o semanas de la filosofía, olimpiadas filosóficas[7] o casas de la filosofía).

Como se podrá ver, dentro de estas propuestas se pretende hacer coincidir a las prácticas filosóficas con la filosofía académica o hacer que las primeras se nutran de la segunda. En este sentido, para terminar, es importante traer a cuenta el problema del estatus o la posición del filósofo practicante. Es decir, si bien estas prácticas pueden ser dirigidas y coordinadas por animadores de discusión que no necesariamente tengan la formación formal de filósofos, tanto mejor si lo son y en dos sentidos: como intervencionistas de la forma o del contenido. “Los primeros establecen modalidades de expresión, de tiempo de toma de la palabra, de funciones fijas o de otros formalismos, esto es, una serie de reglas de juego para regular el intercambio”. Con respecto a los segundos, se dice que es semejante a un profesor tradicional adepto a la lección. “Es él, en su calidad de filósofo, quien está llamado, sobre todo, a transmitir un contenido cultural, a hacer conocer los autores, las escuelas, los sistemas de pensamiento, a explicitar los conceptos consagrados, a desarrollar problemáticas, a situar las ideas en su contexto, etc.” (p, 171).

En síntesis, como se ha pretendido exponer en estas líneas, la filosofía ha dejado de ser una exclusividad de los espacios académicos y universitarios y se ha manifestado como una necesidad de distintos públicos sin tener que cursar todo un programa, sin tener que ceñirse a una normativa o una serie de formalidades por un determinado número de años. No se trata, efectivamente, de adquirir un diploma. Asimismo, la filosofía ha surgido como una alternativa, una salida, que no se confunde con otro tipo de prácticas como el psicoanálisis, el coaching, las relaciones humanas o la superación personal. Se reconoce, efectivamente, que estas prácticas filosóficas pueden caer en el mero intercambio de opiniones, en una clase o en una conferencia al puro estilo académico, sin embargo, no deja haber algunas características que hacen que éstas sean algo distinto.

Para mayor información sobre el tema, así como la situación de la enseñanza de la filosofía en el mundo en los niveles básico, secundario y superior, La filosofía, una escuela de la libertad puede ser consultado en la página de Centro de Documentación en Filosofía Latinoamericana e Ibérica (CEFILIBE) en la siguiente dirección: http://csh.izt.uam.mx/cen_doc/cefilibe/, o también en la página de la UNESCO: http://www.unesco.org/new/es/social-and-human-sciences/.   



[1] En 1981, Gerd Achenbach abrió el primer consultorio en Alemania (p, 161). En 1997, en Noruega, se creó la Norwegian Society of Philosophical Practice (p, 162).
[2] En 1992, Marc Sautet organizó el primer café-filosófico en París, Francia. Actualmente hay entre 150 y 200 en todo el país (p, 161). Oscar Brenifer, Presidente del Instituto de Prácticas Filosóficas de Francia, refiere que el primer café-filosófico en Argelia tuvo lugar en 1998 (p, 163)
[3] Algunos otros autores referidos son: Fernando Savater, Alain De Botton, Michel Onfray, Comte-Sponville (p, 165).
[4] Jean-Francois Chazerans es animador de debates filosóficos en cárceles francesas (p, 188).
[5] Marianne Remacle ha implementado talleres de filosofía en el Hospital para niños de Bruselas desde 2001 (p, 169).
[6] Actualmente la Universidad de Barcelona imparte un Master en Práctica Filosófica y Gestión Social (p, 183).
[7] Mauricio Langon refiere que en Uruguay hay Olimpiadas Filosóficas, desde 1999, cada dos años (p, 191).