miércoles, 14 de marzo de 2012

LA EDUCACIÓN ÉTICA EN MÉXICO COMO IDEAL DE RECONOCIMIENTO INTERSUBJETIVO

Ana Lucia González Sánchez
INTRODUCCIÓN
 
En este trabajo he reflexionado sobre la significación de la enseñanza ética para la formación de la identidad ciudadana en México, tomando como puntos de referencia el México colonial y el México liberal. Mi propuesta es que una vez abandonada la visión trascendental de la historian nuestro país no ha encontrado en el liberalismo el fundamento suficiente para desarrollar un proyecto educativo que permita la estructuración de una democracia participativa. Esto sólo será posible si México inicia una reflexión propia a partir de la cultura popular.
Para explicar esta propuesta dividí el trabajo en tres partes. La primera expone  las dos caras de la conquista de México: la cristianización y la modernidad, poniendo énfasis en sus cualidades de proyectos comunitarios. En la segunda parte explico que la educación en México ha sido una cuestión de adaptación a explicaciones parciales de fenómenos lejanos a nosotros, de tal manera que ha desembocado en una falta de proyecto o en el mejor de los casos en un proyecto desarticulado, si eso es posible. Por último propongo retomar la idea de utopía sensata para elaborar un ideal de educación que tenga como centro la comprensión de nuestro contexto cultural local y que al mismo tiempo vincule nuestra reflexión con las grandes reflexiones humanas.
1.- El cristianismo y la modernidad en México
El concepto democracia en México atraviesa por momentos difíciles en que es necesario redefinirla para plantearse como alternativa frente a los retos actuales. La historia de la conformación de nuestro país y la entrada en la historia occidental puede ayudarnos a entender algunos aspectos de esta dificultad.
México entra en la historia universal a partir de su descubrimiento en 1519 cuando exploradores españoles llegan al puerto de Veracruz. Este hecho es guiado por dos proyectos fundamentalmente opuesto: El proyecto de progreso material y humano impulsado por la naciente modernidad y el proyecto de evangelización, misión privilegiada del cristianismo tradicional, de decidido carácter medieval, impulsado por el deseo de instaurar el reino de Dios entre los hombres.
El Descubrimiento y la Conquista de América son acontecimientos que, como la Reforma y el Renacimiento, abren la era moderna. (…) Lo mismo debo decir de las concepciones políticas, ya claramente modernas, de algunas de las figuras centrales de ese momento, como Cortés. Ciencias, técnicas, utensilios, ideas, instituciones: gérmenes y embriones que anuncian la modernidad naciente (Paz, 1991: 19).
La empresa del descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo se inscribe en la historia como momentos de decidido carácter moderno en tanto que materializan los ideales de progreso y dominio humano.
A la par del ideal  moderno que es impulso para el desarrollo del proyecto colonizador, los conquistadores tenían una misión particular, que es radicalmente contraria al proyecto moderno y que es central en el proyecto concreto de los conquistadores españoles. Ellos traen junto con las reflexiones cartesianas sobre la centralidad del ser humano en el desarrollo de la historia la tarea primordial de producir una conversión religiosa, traían junto con la dominación material la misión “metahistórica” de transmitir su visión metafísica. Paz explica que 

La otra cara de la Conquista no es moderna sino tradicional, medieval. (…)Tampoco es posible comprender a la Conquista de América si se le amputa de su dimensión meta histórica: la evangelización. Al lado del saco de oro, la pila bautismal. (…), el afán de conversión  no aparece en todas las épocas ni en todas las civilizaciones. Y ese afán es el que da fisonomía a esa época y sentido a las vidas de aquellos aventureros turbulentos: el tiempo de aquí estaba orientado hacia un allá fuera del tiempo. (Paz, 1991: 20).
Sin embargo pese a las contradicciones expresadas arriba hay elementos comunes en la conformación de la idea de sociedad que ambos proyectos proponen y que a la larga dieron forma a nuestro país. Frente al carácter absoluto de los valores cristianos la modernidad nos ofrece otro sistema de valoración también absoluto. El liberalismo político está fundado en la idea de que la libertad y la igualdad individuales sin principios universales y absolutos
La teoría liberal se presenta en primera instancia como una teoría de los derechos, fundada sobre una antropología de tipo individualista. Este individualismo se presenta a sí mismo -paradójicamente- como un universalismo en virtud de un postulado de igualdad que se apoya en una definición abstracta de los agentes (Naval, 2000:34).

Esta contradicción no es obvia a primera vista justamente porque tiene su punto de partida en el concepto abstracto de individuo. El liberalismo no puede representarse al hombre concreto porque parte de una representación a priori de individuo.
  Tanto el liberalismo político como el conservadurismo cristiano coinciden en que la vida comunitaria tiene su fundamento en una realidad que trasciende al individuo mismo. (De la Torre, 2002:53) El cristianismo  construye la noción de comunidad a partir de asumir que la historia está regida por una voluntad divina, la vida de los seres humanos está guiada por una razón que los trasciende. La persona se asume ligada a una comunidad que tiene un destino común, descubierto como voluntad divina: esta providencialidad otorga identidad y orden social a la comunidad. También la idea moderna de sociedad opera mediante la trascendencia de lo comunitario frente a lo individual. La idea de individuo abstracto, libre y autónomo se complementa con otra idea: la de la “voluntad general [ésta] es la sociedad, ya purificada de sus vicios actuales y en el seno de la cual los hombres han superado la contradicción entre sus aspiraciones individuales y sus deberes colectivos” (Paz 1991: 22). La sociedad de la naciente modernidad se congregaba bajo nuevos símbolos tales como la razón, el progreso, la igualdad-fraternidad.  Y, como  el cristianismo, gira en torno de lo absoluto.
Tanto el liberalismo político como el cristianismo tradicional son dos utopías en las que se aspira a superar a la persona individual mediante su realización en el seno de una comunidad cuya principal característica es la homogeneidad. En ambas concepciones la idea de comunidad o sociedad tiene su fundamento en la trascendencia de la persona concreta. La comunidad está más allá de los deseos individuales y la persona sólo se reconoce a través de sus relaciones con la comunidad,  en la vivencia de valores compartidos y la realización de un proyecto común.
2.- La educación ética en México necesita pensarse.
Nuestro país se encuentra como muchas sociedades actuales en el escenario de la multiculturalidad. Escenario que no vio ni el cristianismo ni la modernidad en sus albores. Este panorama impone nuevos retos a la convivencia social y se hace más urgente que nunca una educación para la democracia. Sin embargo la simple idea de democracia como libertad individual no es suficiente para superar nuestrased de totalidad y hambre de comunión” (Paz, 1991: 21). Es decir, la democracia contemporánea tiene como principal inconveniente sumir la existencia individual en una cada vez más profunda soledad y un creciente relativismo axiológico.
El proyecto cristianizador al igual que el proyecto moderno fueron ante todo, proyecto de comunidad, de comunión, de reconocimiento en el otro. La democracia liberal significó un intento por superar las injusticias de una sociedad decididamente jerarquizada en donde el valor individual estaba en función de un orden divino.
Me parece que eso fue el elemento central en la discusión entre liberales y conservadores en nuestro país. Más que una reflexión de carácter normativo sobre la sociedad y el ser humano se encuentra una discusión sobre cómo afrontar los hechos para superar el clima de división política y desintegración social que los constantes conflictos políticos y sus consecuentes cambios jurídicos trajeron consigo. Creo que un ejemplo de esto puede verse en la historia de los diversos programas de estudio en las materias de ética y civismo que presenta el sistema oficial mexicano.
  Durante los primeros años del México independiente no hubo inconvenientes en que los institutos religiosos se hicieran cargo de la educación, sin embargo con las leyes de Juárez se inicia la separación de la iglesia y el estado y con ello surge la necesidad de plantearse el papel que jugará le educación moral y  cívica en el proyecto general educativo.
Para 1891 la ley ya contemplaba que la educación debía ser gratuita y laica (Latapí,  1999: 71).Para finales del siglo XIX aún no se había definido lo que se debía entender por laico.  Para principios del siglo XX laico significaba rechazo de todo credo religioso en la educación básica, tanto de los planteles públicos como de los privados (Latapí, 1999: 71).
En 1926, poco ates de que se desate el peor conflicto entre la  iglesia y el estado y en medio de un clima de creciente hostilidad entrambos, la Secretaria de Educación promulga los once mandamientos del buen ciudadano que debían ser enseñados en las escuelas. Los mencionados mandamientos toman como modelo de la virtud cristiana y como motivación el nacionalismo (Latapí; 1999: 72). Ese hecho ilustra muy claramente que en el fondo de  la discusión sobre la enseñanza moral se encuentra un vacio muy importante: ¿cuál es proyecto de nación para el cual hay que formar ciudadanos y cuál es la posibilidad histórica que tenemos para realizar dicho proyecto? Ese momento al que hago referencia trata de impulsar una moral cristiana liberándola de su carga transcendental. Tarea auto contradictoria, resultado de la ausencia de una reflexión seria sobre nuestra historia y nuestra realidad nacional.
El texto de Latapí (1999:186-93) señala, sin lugar a dudas, la ausencia de una idea clara de lo que debe ser la educación y lo que debe ser además una educación encaminada a formar personas humanas y ciudadanos participativos. El tema introducido por los liberales sobre la laicidad de la educación no ha podido resolverse para nuestro país ya que al renunciar al compromiso explícito con un credo religioso o filosófico no se encuentra en condiciones de proponer un sistema suficientemente fundamentado que regule la vida y las relaciones sociales y ciudadanas.
3.- Pensemos un proyecto contextualizador
La realidad nacional, en conjunto con la crisis mundial de las instituciones nos muestra un panorama nada alentador, parece que  la única salida es acomodar la educación a las finalidades pragmática del mercado. Pero la educación no puede ser escenario para la desesperanza. Debemos encontrar una salida.
La idea de utopía sensata  explicada por De la Torre (2000) puede resultar muy útil  ahora. Una utopía sensata es un ideal colectivo que aspira a recuperar el sentido de lo humano, debe “intentar regir la vida colectiva en función de un ideal de humanidad” (56).
Formular, entonces, una utopía sensata es acompañar la crítica de lo existente con la propuesta de un nuevo sentido posible, que recoge aquello de lo real que exige ser visto de otro modo para seguir siendo valioso. Por ello, plantear la idea de la democracia como utopía educativa para la posmodernidad es hacer la crítica de lo antidemocrático en esta nueva situación social y es, también, la formulación de una ética que busca centrarse en la comunidad, frente a los inconvenientes del individualismo posmoderno. (De la Torre, 2000:49)

  En México se vuelve tarea prioritaria crear una utopía sensata en el proyecto educativo. Quiero decir que un proyecto educativo que tenga esperanzas de contribuir de alguna manera, por modesta que sea, al mejoramiento de la vida individual y social de los mexicanos debe empezar por platearse el problema de cuál es la sociedad ideal que  quiere construir. La creación de utopía sensata para la educación debe ser ante todo una reflexión de la praxis.
 
La creación de utopía educativa, entonces, no es otra cosa que la práctica de especular, de imaginar un destino y una vida diferentes para el hombre, partiendo de la inconformidad con lo existente y promoviendo una antropología y una visión del mundo distintas que permitan, a la práctica educativa, saldar sus deudas con la sociedad y cobrar un nuevo sentido” (De la Torre, 2000: 50).  
La libertad que reclama el liberalismo contemporáneo es una libertad negativa y no es suficiente para construir una sociedad cohesionada y feliz por eso hace falta proponer un ideal de libertad en que la responsabilidad mutua y el cuidado por los otros sean valores principales en la realización social, de lo contrario nuestra libertad es renuncia del otro  y por eso mismo soledad, Paz lo expresa de la siguiente manera: “esa libertad, si no se resuelve en el reconocimiento de los otros, si no los incluye, es una libertad negativa: nos encierra en nosotros mismos” (1991: 21).
  La crisis de nuestras sociedades es una crisis del sentido de lo humano por eso la cohesión social solo será meritoria en la medida en que exprese el reconocimiento del otro, en la media en que permita una autentica comunidad.
La democracia mexicana debe pasar de ser un procedimiento político para convertirse en un ideal de vida social. Dejar de ser un mero requisito para la sucesión de poderes y convertirse en una reflexión permanente a cerca de nuestras diferencias y nuestras convergencias.
Frente a los problemas de la democracia contemporánea México debe resolver la cuestión de cuáles serán los medios y los mecanismos para formar a los ciudadanos capaces de contribuir a la realización de nación que México necesita en medio de un tiempo de pluralidad e individualismo.
Considero que la incorporación de la cultura popular en los programas educativos de todos los niveles es un buen punto de inicio para poder realizar una verdadera reflexión sobre nosotros mismo dentro de un contexto de significados precisos. La multiculturalidad de nuestro país sólo puede ser entendida desde la mirada de su diversidad concreta. No por analogía a la multiculturalidad angloamericana o europea. Nuestros pueblos tienen una identidad y un universo de significados propio, inconmensurable e irreductible a categorías extrínsecas. El reconocimiento de la pluralidad cultural significa respeto y comprensión de la alteridad. Implica contextualizar la reflexión y aceptar el principio de incertidumbre.
Tampoco debemos olvidar que en un contexto globalizado, se hace aún más urgente la necesidad de estudiar la cultura popular, pues en ella se encuentra con fuerza elementos que configuran nuestras redes simbólicas, nuestro mundo imaginado, en fin nuestra identidad (Elijur, 2006: 231)

La elaboración de una utopía sensata para nuestro país debe iniciar con la reflexión sobre nuestra identidad y al mismo tiempo inscribirse en la reflexión mundial sobre el ser humano. El reconocimiento de nuestra diferencia debe llevarnos a la conclusión de que el ser humano es deseo de totalidad y comunión:
“Por lo primero, busca el  sentido de su existencia, es decir, ese eslabón que lo enlaza al mundo y lo hace participar en el tiempo y su movimiento; por lo segundo, busca reunirse con esa realidad entrañable de la que fue arrancado al nacer (Paz, 1991: 21).
Únicamente a partir de este reconocimiento podremos conquistar el concepto de democracia responsable, que se realiza en el reconocimiento del otro y de ciudadanía participativa que se consuma en la superación de las diferencias en aras de una comunidad justa para todos.

CONCLUSIÓN
En México como en las sociedades contemporáneas se vive un creciente individualismo. La soledad del hombre moderno es pérdida de identidad y desarraigo. Y en la vida colectiva se traduce en apatía política y pluralismo excluyente.
Con la separación del estado y la iglesia, nuestro país perdió  la visión metafísica que le daba identidad como sociedad.  La adopción de liberalismo político significó la posibilidad de recuperar el fundamento absoluto de convivencia social, sin embargo, la democracia liberal tiene la tendencia intrínseca a la fragmentación.
Con el fracaso de la visión omnicomprensiva de occidente las sociedades modernas pasaron de ser proyectos de realización social guiados por claros principios absolutos  a ser sociedades individualistas y con diversas visones de la realidad.
La democracia en México se enfrenta por un lado al individualismo egocéntrico y al multiculturalismo excluyente. Más allá de la nula participación ciudadana y evidente injustica que es resultado de lo anterior, la sociedad se enfrenta a la búsqueda de identidad, anhela el reconocimiento del otro. Precisamente lo que la democracia moderna no puede darle al hombre es el reconocimiento de su pertenencia a una comunidad.
Si bien en años anteriores no era un problema prioritario de la educación  oficial este reconocimiento, el escenario actual es esencialmente nuevo y deja al hombre completamente desnudo de sí mismo.  La educación debe hacer frente a este problema desde una reflexión contextualizada en el que las diferencias sean puntos de referencia del hombre universal. El problema prioritario de de la educación en México está en resolver el vacio de significado que existe en sus programas de enseñanza ética. Tenemos que reconocer que los modelos europeizantes o angloamericanos no responden a la particularidad de nuestra historia y por eso mismo a nuestra particular diversidad cultural.
El camino sugerido en las páginas anteriores apunta a la realización de un ideal democrático que inicie su reflexión a partir del reconocimiento de lo que nos es más propio; un camino para dicho reconocimiento es por medio de la cultura popular. La contextualización de la educación sólo puede ser fecunda si se realiza a partir de nuestro reconocimiento como entidades culturales únicas.
Esta búsqueda de lo propio es, al mismo tiempo, el reconocimiento de  lo auténticamente humano: la diferencia. Así pues nuestro ideal democrático, es una utopía sensata que  se inscribe en la búsqueda universal de lo humano.


BIBLIOGRAFÍA
De la Torre, Miguel. (2000). Una utopía sensata de la posmodernidad. Revista electrónica de Investigación educativa, 2 (2). 47-59.
Elijur, Gabriela. (Abril 2008). Importancia de la cultura popular en la educación. Universidad Verdad Revista de la Universidad de Azuay. 223-240
Latapí, Pablo. (1999). La moral regresa a la escuela. Plaza y Valdez.
Naval, Concepción. (2000). Educar ciudadanos. La polémica liberal-comunitarista en educación. EUNSA.
Paz, Octavio. ( 1998). La democracia: lo absoluto y lo relativo. Vuelta. 18-24.

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